No es la primera vez en la historia que se despierta un generalizado interés por los pueblos primitivos.
Hace unos años, toda la atención se centraba en las culturas orientales, tan lejanas y misteriosas. Hoy, en los inicios del siglo XXI, el misterio se acercó a Occidente, y el interés pasa ahora tanto por los mayas como por los celtas o los protogermanos.
¿Por qué se dan estas oleadas? En su ansia de una vida mejor, el hombre actual trata de encontrar en los pueblos primitivos la clave para lograrla. No existen panaceas ni sociedades perfectas; ya nadie abona el mito del buen salvaje ni idealiza la rusticidad como si fuera la pureza original. Pero si algo de positivo podemos encontrarles a estas cíclicas miradas retrospectivas, es que de alguna manera vamos ampliando nuestro horizonte cultural.
En este sentido, lo que el conocimiento de algunos rasgos de la cultura celta puede aportarnos es su ilimitada capacidad para la ilusión.
Debemos saber, ante todo, que estamos en presencia de un pueblo esencialmente guerrero, y como tal, de una muy corta expectativa de vida. Aunque creían en la reencarnación, esa constante cercanía de la muerte, esa conciencia de la finitud de ése su cuerpo, les inspiró un apasionado amor por la vida. En consecuencia, crearon una cultura que, permanentemente, le escamoteó su espacio a la muerte.
Los celtas crearon su propia eternidad.
A través de sus leyendas, sus finales trágicos, sus héroes, sus hadas y sus duendes, concibieron un universo con un fluir constante de vitalidad.
Mucho se confunde hoy a la cultura celta con el mundo inventado por Tolkien y su saga de El señor de los anillos. Tolkien se basó más que nada en el folklore escandinavo, con el cual los celtas comparten algunas creencias, como con todos los pueblos primitivos de Europa. En cuanto a esta conexión, bueno es aclarar que en un momento toda Europa fue celta, exactamente durante su primera expansión. Hoy su ámbito de influencia cultural, como se verá, está bien delimitado.
La atracción por ese mundo mágico ha sido abonada desde siempre.
Los irlandeses nunca dejaron de considerarse celtas. Los monasterios fueron los encargados de rastrear y guardar la herencia de sus antepasados. Los monjes, laboriosamente, en silencio, fueron acopiando aquel sustrato que hacía más a su cultura ancestral que a la religión que profesaban y representaban. Y ese legado es riquísimo.
Todas las leyendas celtas se basan en seres reales, que vivieron entre los siglos III y IV después de Cristo.
El manuscrito en gaélico más importante que conocemos data del siglo XII, y es a su vez una copia de otros del siglo VIII después de Cristo. Si bien los monjes eran copistas por tradición, existían además en Irlanda escuelas laicas de copistas.
En cuanto a la forma, las leyendas más antiguas se han encontrado en verso; las más cercanas alternan el verso y la prosa, en la mayoría de los casos.
El riquísimo folklore irlandés impregnó las obras de W. B. Yeats, G.B. Shaw, Jean R Wilde, Oscar Wilde, James Joyce, entre otros. A través de ellos, recreadas, enriquecidas, recibimos una imagen vivida de las antiguas leyendas que le dieron vida a ese imaginario.
¿Quiénes fueron los celtas?
Los aficionados al estudio de culturas antiguas no encontrarán aquí fechas precisas, datos
cronológicos incontrastables, tablas que registren dinastías o cosas similares. Sí, obviamente, haremos alguna alusión a fechas probables. Pero los celtas en general tenían prohibido dejar registro escrito de sus vidas y hechos. No constituyeron un pueblo de espontáneo legado testimonial para el futuro. Los 4 datos ciertos nos llegan a través de Roma. Y aquí lo de cierto presupone que esos datos llegan influidos por de la mirada romana.
¿Quiénes fueron entonces los celtas?
Avanzando en movimientos de espiral, apartando la bruma de los mitos y leyendas y al mismo tiempo dejándonos atrapar por su hechizo, trataremos de dilucidarlo en las páginas que siguen.
Sepa el lector que dejaremos de lado todo presupuesto de la historiografía. Para acercarse a los celtas, hay que hacerlo en movimientos de espiral y no en pasos sucesivos. Y tal vez debamos acercarnos por el lado de la magia.
Si bien el mundo mágico atrajo siempre a eruditos y profanos, hoy existe una confusión por la cual se cree que es un orbe restringido a ciertos seres, elegidos vaya a saber por quién. Los celtas jamás creerían esto. Su mundo mágico, aún hoy y desde siempre, tiene las puertas abiertas para quien quiera conocerlo.
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