Todos la querían mucho, pero se habían acostumbrado demasiado a tenerla siempre a su disposición, y llegó un momento en que le pedían ayuda ante el menor problema, incluso en ocasiones en que no era necesario:
¿Qué el gato de la hijita del granjero se subió al árbol y no quiere bajar?
-¡El hada buena lo convencerá!
¿Qué al panadero se le ha caído un saco de harina y le ha puesto el suelo perdido? en lugar de limpiarlo él mismo…
-¡El hada buena lo solucionará!
¿Qué la pequeña María no encuentra su muñeca?
-¡Hada buena!… ¿Dónde estás?
¿Qué al señor herrero le está molestando una mosca? sin pensarlo más…
-¡Amiga hada!, ¡Por favor!…
¡Ufff…! ¡Se estaban pasando de la raya!… ¡Acabarían por no poder resolver nada por sí mismos!
Todos estaban encantados de lo cómoda que les hacía la vida su amiga el hada, pero no se dieron cuenta de que la luz mágica que siempre la iluminaba se iba apagando poco a poco. ¡Nadie, nadie se fijaba!… Pero un día dejó de lucir del todo y el hada perdió su magia y también su habitual alegría.
¡Oooh!… ¡Algo malo le ocurría! ¡Su querida hada estaba muy enferma!… ¿Cómo podía ser? ¡Ella que siempre había sido tan poderosa!
-¿Qué le ocurre al hada? se preguntaban.
-¡Parece muy triste! decía otro.
-Ya no brilla como siempre…comentaban.
-¡No parece la misma! ..afirmaban algunos, tristemente.
Ella sí se había dado cuenta de lo que le estaba ocurriendo, sin embargo, como amaba profundamente a los habitantes del reino, había seguido ofreciendo su poder mágico, sin pensar para nada en sí misma.
Todos se pusieron muy tristes y no sabían qué hacer… Después de pensar y pensar, decidieron ir a pedir consejo a un viejo sabio que vivía en una cueva, en las montañas del reino.
Una vez allí, el rey, en nombre de todos, dijo al sabio:
-Necesitamos ayuda para curar al hada del bosque. Por favor, dinos qué le ocurre, noble sabio.
Y el anciano sabio, después de pensar un instante, les dijo muy seriamente:
-Las hadas son seres fuertes y su magia nos protege, pero ¡cuidado!… si no reciben suficiente amor… pueden llegar a ser muy frágiles.
-Y ¿Cómo podemos ayudarla, gran sabio? preguntó el rey.
-¡Sí!… ¿Cómo, cómo? preguntaron todos.
-La única forma de devolver la luz mágica a un hada, cuando ya se ha apagado ..contestó el sabio.. es ofrecerle algo que haga feliz a su corazón. De lo contrario, en pocos días, se apagará para siempre y ya no podréis salvarla… se morirá de tristeza.
Después de dar las gracias al sabio, ya más contentos, volvieron corriendo a la casita del bosque donde vivía el hada y se pusieron a discutir cual sería el mejor regalo para hacerla feliz y que brillara de nuevo. Como no se ponían de acuerdo, decidieron que cada uno probara a llevarle lo que mejor le pareciera y la gente se acumuló alrededor de la casita a esperar y a ver llegar los primeros regalos, mientras pensaban en cual podrían ofrecerle ellos mismos.
Por fin llegó el primero… ¡el del rey!
Todos los presentes pensaron que el rey sabría ofrecerle algo grandioso que la salvara, y esto resultó ser un precioso palacio para que el hada viviera en él cómodamente.
-¡Oooh!..dijeron todos, entusiasmados.
El rey estaba convencido de que nada se podría comparar con ese regalo, pero se equivocó, igual que todos… el hada ni se inmutó, y su luz permaneció apagada igual que antes.
Más tarde llegó un poderoso señor, que regaló al hada una maravillosa carroza de oro, tirada por seis fantásticos caballos blancos, esplendorosamente adornados.
Todos se quedaron asombrados:
-¡Oooh!..se oyó decir a la gente.
Pero… la luz del hada siguió sin iluminarse.
Fueron llegando más y más regalos. Cada uno le llevaba lo que le parecía y le llevaron de todo: Inmensos cofres de joyas y piedras preciosas, ricos vestidos de telas hermosísimas… cientos y cientos de maravillas fueron llegando al bosque.
¡Pero nada!… Ninguno de los espléndidos presentes que le ofrecieron logró devolver la felicidad al mágico corazón del hada.
La gente se sumió en la más profunda tristeza por no saber ayudar al hada que tanto había hecho por ellos durante años y años… pero se les habían acabado las ideas. No sabían qué podría ser lo que a ella le pudiera devolver las ganas de brillar de nuevo.
Pasaron los días y cuando ya estaba perdida toda esperanza de salvarla, apareció por el camino una pequeña campesina. Era una campesina muy humilde que vivía con sus padres en una granja cercana.
La niña se dirigió a la casita, mientras todos la observaban y, tímidamente, entró y se acercó a la cama donde estaba la enferma. Se sintió tan mal al verla tan triste y apagada, que una lágrima resbaló por su sonrosada mejilla… cogió su mano y le dijo:
-Querida hada, eres un ser maravilloso y bueno, y no mereces esto. Tu luz siempre nos llenó de alegría, pero ninguno de nosotros sabe como ayudarte. Pero de todas formas, he querido traerte mi humilde regalo:
La niña sacó del bolsillo una pequeña cajita de madera y la abrió. Después, ante la atenta mirada de todos, leyó lo que había escrito en el interior de la tapa:
-Como no poseo nada valioso… te regalo mis sentimientos hacia ti.
Dentro de la cajita había un montón de hojas de los árboles… y cada una tenía escrito un sentimiento de la niña. Decían cosas como éstas:
-Te quiero por ser generosa …nunca pides nada a cambio.
-Por ser cariñosa ..siempre me has cuidado bien.
-Humilde ..nunca has presumido de tus poderes.
-Buena cocinera… ¡tus galletas son deliciosas!
-Te quiero por haberme ayudado cuando más lo necesitaba.
-Porque siempre me haces reír.
-Porque cuentas cuentos como nadie.
-Porque sabes guardar un secreto.
-Por curarme cuando estaba enferma.
-Porque siempre me escuchas y me comprendes … y por hacerme feliz.
-Y que sepas que siempre te estaré agradecida… ¡y siempre, siempre te querré!
¡De repente!… todos observaron boquiabiertos como la luz mágica comenzaba a brillar y brillar cada vez más. A cada pensamiento que leía la niña, la luz se hacía más y más intensa. Cuando la niña terminó de leer todos sus sentimientos, la dorada energía mágica estaba ya rodeando al hada, como siempre había estado, o quizá incluso con más fuerza, pues hasta salía por las ventanas y por la chimenea de la casa, envolviéndolos a todos con el mágico polvo dorado típico de las hadas.
Todos empezaron a gritar de alegría por haber recuperado a su querida amiga y la abrazaron felices.
Fue en esos momentos cuando llegó el viejo sabio y les dijo pausadamente, como era habitual en él:
-Espero que esto sirva para que aprendáis que aunque amemos a nuestros seres más queridos, es necesario decírselo de vez en cuando, para mantener viva su luz y alegría. Que por muy buena y generosa que sea un Hada, no se le puede exigir demasiado… hasta agotar su luz.
Y también …dijo, mirando al hada con una amable sonrisa.., que las hadas buenas deben cuidar de los demás, pero sin olvidarse nunca de sí mismas, y aprender a decir NO cuando sea necesario, para así mantener viva su energía mágica pues no por eso dejarán de ser buenas hadas.
A continuación, se despidió de todos con unas enigmáticas palabras:
-Recordad siempre, amigos míos, que el amor siempre es la mejor medicina para curar un corazón herido.
Desde aquel día, todos los habitantes del reino recordaron aquellas palabras y aprendieron bien las lecciones del sabio. Tuvieron mucho cuidado de no volver a entristecer el corazón mágico del hada, y aprendieron a no ser tan comodones y egoístas, también a ser más agradecidos con ella; al menos recordaban decirle, de vez en cuando, que la querían y lo importante que era para ellos.
El hada también aprendió su lección, y supo entender que no debía utilizar su magia hasta llegar a agotarla… y así todos consiguieron ser muy, muy felices.
Aún hoy en día sigue brillando radiante la luz mágica de aquella hada del bosque… pues resulta que esa misma luz es la que brilla en cada una de nuestras mamás. Si miráis atentamente… ¡la veréis!.
¡Nunca olvidéis decirle al Hada Buena de vuestro hogar que la queréis muchísimo!
Y colorín, colorado… ¡éste cuento se ha acabado!.
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