Todas las mañanas, cumpliendo con la rutina de mi trabajo, paso por una casa en cuyo balcón hay un viejo sentado en su silla de ruedas. Siempre, al pasar junto a la casa, el viejo y yo nos saludamos batiendo nuestras manos.
No sé cómo se llama ni él sabe mi nombre. Tal vez el vernos todos los días casi obligatoria mente nos haya hecho amigos.
Hoy no nos vimos y al pasar por su balcón me he sentido muy triste al pensar en lo que pudo haberle ocurrido; ya a su edad, y con la mala salud que aparentaba, despertar a un nuevo día era una sorpresa.
Esta mañana me he sentido muy alegre pues el viejo ha sido el primero en traer flores a mi tumba.
lunes, 22 de agosto de 2016
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