A ti que me lees...
confidente de mis angustias..
de mis dudas, de mis alegrías..
A ti que compartes mis logros y sentimientos...
Da igual quien seas..
te he dejado abierto
este rinconcito de mi corazón, y tras la pantalla
accedes a mis mas íntimas sensaciones.


Gracias por acompañarme..

jueves, 22 de septiembre de 2016

LA LEYENDA DEL CRISTO DE LAS CUCHILLADAS

Corre el año de 1467, y reinando estaba en Castilla Enrique IV “El Impotente”, no por su supuesta incapacidad para engendrar heredero a la Corona, sino por el caos que en sus tierras dominaba, ya que familias de alta nobleza luchaban sin cesar por el poder real.

“Los nobles se han dividido
y abandonado está el cetro,
pues del Rey tratan, y entonces,
las armas hablan por ellos.”

En la ciudad de Toledo, dos nobles familias se enfrentan: la de los Silva, abanderados de los cristianos nuevos o conversos, y la de los Ayala, pertenecientes a los cristianos viejos.

“No hay cobertizo seguro
ni callejón en que al menos,
sin alma quede algún Silva
o algún Ayala esté muerto.”

En el barrio de San Justo, en noble casa, Isabel espera la visita de su amado: Don Diego de Ayala. Unos pasos oye y corre a desencajar el portón que cierra la casa… No es Don Diego, sino unos hombres que sujetan con fuerza a la joven. Ya llevan varios días planeando cómo secuestrar a la prometida de un Ayala, y en la noche elegida prestos acuden a realizar su fechoría.

Mientras, Don Diego se aproxima a la casa de Isabel, pasando por la plaza de San Justo y haciendo parada como buen cristiano bajo la figura del Cristo de la Misericordia que allí se encuentra.

“… de un caballero que fiel,
será don Diego de Ayala
que tiene a orgullo y por gala,
rendir a doña Isabel”

Mas cuando estaba sumido en su breve rezo don Diego escucha gritos de mujer y gran escándalo provenientes de la ruta que se disponía a proseguir y, doblando una esquina hacen aparición en la plaza varios hombres enmascarados que portan a una mujer amordazada.

“¡Diego, sálvame!
¡Isabel!
¡Tú! –respondió- Y al ser Ella
la defendida por él.

Diego desenvaina la espada indignado en defensa de aquella doncella y con certero golpe de su noble acero toledano derriba a uno de los captores y se acerca a la dama, viendo con gran sorpresa que efectivamente se trataba de su prometida.

“Le acosan, rápidos, diez,
A todos a raya tiene,
y contra todos mantiene
su arrogante intrepidez.”

El entrechocar de aceros resuena en la Plaza de San Justo. La noche toledana cubre con su oscuridad, a duras penas iluminada por la luna y el farolillo que hay bajo el Cristo el duro enfrentamiento que transcurre entre don Diego de Ayala y los Silva. Ante el gran número de atacantes, Diego se siente desfallecer y a duras penas consigue proteger su vida y la de doña Isabel.

“En relámpagos la espada
con las contrarias se cruza,
y más parece que aguza
su filo cada estocada.”

Herido, ya acorralado, apoya sus espaldas en la feroz lucha en la pared de la Iglesia de San Justo, protegiendo a doña Isabel, y al mirar a lo alto pide al Cristo que no muy lejos se encontraba que salve al menos la vida de su prometida.

“Detrás se apoya en el muro
A poco, da en el rincón.
¡Para tantos como son
es el lugar más seguro!”

“Mas ve por su mala estrella
que le derrotan fijo,
y entonces: Señor –se dijo-
¡Si no a mi, salvad a ella!”

En este mismo instante, los muros de la Iglesia se abrieron engullendo a don Diego y a Isabel al interior del templo, cerrándose a continuación como si de una puerta de madera se tratase. Los secuestradores quedaron inmóviles, sin saber muy bien qué había sucedido…

“Y abrióse rápido el muro
arrebatando a los dos.”

Tras la sorpresa inicial, ciegos de cólera dieron en la pared con las espadas, hasta cien cuchilladas que en la dura piedra quedaron.

No contentos con la pérdida de don Diego, los Silva acuden raudos a la puerta de la Iglesia, las cuales encontraron cerradas e intentaron abrir con todas sus fuerzas.

Mas un nuevo hecho vino a salvar de nuevo las vidas de doña Isabel y don Diego, que en el interior del templo rezaban por sus vidas… Las campanas de la iglesia comenzaron a tañer con tanta fuerza que gran parte de los vecinos del barrio salieron a la Plaza por temor que la Iglesia estuviera bajo el fuego. Los Silva, viendo el gran tropel de gentes que se acercaban hacia ellos huyeron tan rápido como pudieron, más bien ya espantados por lo extraño de aquella noche.

“Y el que antes era “El Cristo de la Misericordia”,
de advocación divina por sus divinos hechos,
¡desde la noche aquella y en memoria de todo,
”el de las cuchilladas”, le llaman en Toledo!...”

Leyenda rescrita en versión libre.

Extractos en verso del poema de Federico de Mendizábal (Publicado en “Leyendas de Toledo, Antología”, de Luis Moreno Nieto)

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