sábado, 22 de octubre de 2016
No quise decírtelo.
No quería soltar una sola palabra acerca de lo que pensaba de ti, de tus ocurrencias, de tu presencia tan inesperada en mi vida.
No quería siquiera susurrarlo, ya me asustaba pensarlo y eso que solo podía escucharlo yo.
No quería decir en voz alta nada que pudiera hacer real lo que tú y tu risa conllevabais, pero tú...
Conseguiste que lo que hiciera, que te contara que sí, que me encantaba que estuvieras aquí; incluso te acaricié, despacio, y te hablé con la piel y mis manos, y ya no me quedaba nada a mí. Ya nada estaba en secreto, todo se había escapado y tú lo tenías.
Y jamás sentí tanto miedo, sin darme cuenta, todo lo único que tenía, ya no estaba, y me había abandonado en ti. Me sentía volando, pero no dejaba de sentir que caería, que me soltarías, y volvería a despertar, esta vez, vacía.
Pero no fue así, me soltaste sí, pero no estaba vacía, aún me tenía, y me rescaté. Y volví a volar, con todas tus historias en mi piel, pero sin ti ya.
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