A ti que me lees...
confidente de mis angustias..
de mis dudas, de mis alegrías..
A ti que compartes mis logros y sentimientos...
Da igual quien seas..
te he dejado abierto
este rinconcito de mi corazón, y tras la pantalla
accedes a mis mas íntimas sensaciones.


Gracias por acompañarme..

martes, 15 de noviembre de 2016

La leyenda de la Pradera Oriental

Se CUENTA la historia de un combate entre las hadas y los contrabandistas, en el que los tánganos desempeñaron un papel mucho más aterrador. Una pequeña banda de contrabandistas desembarcó una noche cerca de Long Rock en Cornualles. Después de haber sacado el botín y dejarlo sobre la costa, por encima de la línea de la marea alta, tres de los hombres partieron para disponer lo necesario y vender sus géneros, en tanto otros tres, entre ellos Tom Warren, considerado como uno de los más audaces contrabandistas de su época, se echaron a descansar. Apenas se habían adormecido, los despertó un agudo sonar de silbidos y tintineos. Creyendo que este ruido lo causaban unos jóvenes que se divertían, Tom fue a decirles que se marchasen. Subió a un elevado banco de arena y vio que, a corta distancia suya y en los huecos que formaban los demás bancos de arena, había un grupo de gentes vistosamente ataviadas y del tamaño de una muñeca, bailando y brincando, iluminados por una luces titilantes. En un banco elevado, entre los danzarines, vio un grupo de viejos pequeñitos y barbudos que tocaba armónicas, golpeaban platillos y panderos, tocaban trompas y hacían sonar silbos de caña. Todos los hombrecillos vestían de verde con gorros encarnados, y sus barba oscilaban mientras tocaban. A Tom le hizo mucha gracia aquel espectáculo y no pudo resistirse a gritar: "¿Por qué no os afeitáis, viejecillos?". Así los saludó dos veces, y a punto esta de hacerlo de NUEVO, cuando todos los danzarines y otros cetenares más de que ya había visto al principio se desplegaron en filas, armados con arcos y flechas, lanzas y hondas. A los compases de una marcha militar. Los tánganos avanzaron hacia Tom, haciéndose cada vez mayores a medida que se acercaban. Tan aterrado se sintió Tom al advertir su temible aspecto, que volvió corriendo hasta donde se hallaban sus compañeros, los desperto y los incitó a echarse a la mar si querían salvar la vida. En tanto corrían hacia la barca, cayó sobre ellos un lluvia de piedrecillas que quemaban como carbones encendidos cuando les acertaban. Ya en el mar, volvieron la mirada y vieron un ejército de las más horrorosas criaturas alineadas a lo largo de la costa y haciéndoles gestos amenazadores. Y hasta que apuntó el alba y se oyó el galopar de unos caballos que se aproximaban, no se retiró a los bancos aquella gente menuda.

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