A ti que me lees...
confidente de mis angustias..
de mis dudas, de mis alegrías..
A ti que compartes mis logros y sentimientos...
Da igual quien seas..
te he dejado abierto
este rinconcito de mi corazón, y tras la pantalla
accedes a mis mas íntimas sensaciones.


Gracias por acompañarme..

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Luna Llena

El viento de una noche fría baja por las colinas de Cali, mientras Carlos fuma un cigarrillo en una esquina, viendo pasar el tiempo y pensando en lo divertida que va a ser esa semana; las calles largas llenas de casitas coloniales brillan bajo los focos mortecinos de la luz de las lámparas callejeras, y la gente pasa corriendo bajo los últimos rescoldos de llovizna hacia la calle quinta, la soledad reina ahora en donde Carlos se encuentra.
El cabello largo y la vestimenta negra que hace ver tenebroso su caminar, un aire despreocupado y triste recorre su rostro, mientras observa el horizonte y esa luna que le ilumina el rostro y lo disturba en sus noches de soledad, siente como su luz apagada y fría le cala el cerebro produciendo pensamientos extraños, pero esta noche no le preocupa eso. Recuerda de donde vino y el olor a sangre en el matadero, como su padre le enseño a comer carne cruda y cocinada, le agradaba el sabor a sangre y sobre todo los chillidos que los cerdos daban al morir, eso era lo que más extrañaba de su vida anterior, antes de venirse a la ciudad a estudiar y de que su padre muriera dejándole el negocio que decidió vender. Definitivamente extrañaba el campo pero tenía una casita a las afueras de la ciudad donde disfrutaba de la privacidad y tranquilidad que necesitaba.
La vida sigue en una Cali que devora todo bajo el calor de la tarde pero en una noche fresca como esta transcurre el tiempo en silencio, es la calma después de la tormenta; como si las ratas hubieran huido de la inundación. Carlos no es nada de eso, es algo mas, es un ser de la noche de aquellos que disfruta el olor de la calle húmeda y los callejones apestosos a cigarrillo y licor, con prostitutas en cada esquina; este sórdido ambiente lo mantiene atento y el placer de sentir que todo lo que lo rodea es caos, que a cada segundo puede convertirse en un infierno, todo impredecible, nada es seguro; siempre como un gato negro agazapado en un rincón esperando que suceda lo inesperado, la adrenalina corriendo constante, con los cinco sentidos al máximo, y el con la calma en el rostro impávido como una estatua de mármol, por que así lo refleja su tez, blanca casi mortecina, aparentando un muerto en vida recorre las calles y son pocos los que se acercan si no le conocen.
Así ha estado solo pensativo y tranquilo, oliendo el frio de la noche, casi palpándolo, sintiendo como acaricia su blanca piel el terciopelo helado que baja de las montañas, cuando baja la victima que había estado esperando, su mirada penetrante sigue al finado despacio; esperando el momento adecuado para asestar el golpe, ese golpe que lo llevara al éxtasis máximo de placer; aquel que hará retorcerse al desprevenido transeúnte como un gusano en el pico de un ruiseñor que se niega a soltar a su presa, noche inclemente deberían llamarle, porque así como es clara su piel su alma es de un negro como el azabache.
El hombre se despierta en una pequeña pieza, sin saber que le ha sucedido, solo ve por una pequeña rendija de una ventana alta el pasar de las nubes sobre la luna llena que todavía esta encumbrada en el cielo, siente como le tallan las ataduras de brazos y piernas, como el sudor recorre su frente después de esfuerzos infructuosos, siente la piel sobre un plástico sucio y pegajoso, un olor acre y fuerte, como de excrementos humanos, tiene su boca tapada por un bozal de cuero que casi no lo deja respirar, trata de incorporarse poco a poco pero el cuerpo le duele siente laceraciones en su rostro y la piel le arde como si hubiera estado sobre un hormiguero.
Al fondo reconoce el sonido de un gramófono, con un disco viejo de salsa que suena destemplado, como si el cantante y la banda estuvieran cansados de seguir cantando el mismo tema una y otra vez, bajo la puerta ve como pasa la sombra de unos pies o eso es lo que él cree que se mueven de un lado a otro, mientras escucha el viento que entra por la rendija de la ventana y que le hela los huesos.
La noche sigue lenta mientras que afuera del pequeño cuarto se escuchan sonidos raros, metálicos, estridentes, la poca luz que se filtra deja ver pedazos de tela sucios sobre el suelo y unas esquirlas blancas que él no logra reconocer.
El sueño llega lento y sin embargo un frio que le recorre la espalda no lo deja dormir, una sensación de que lo que ocurre no es un simple secuestro, que de esta no va a salir y quién sabe si vuelva a ver el sol.
La puerta se abre lentamente, chirriante y oxidada, pero este sonido a Carlos le produce placer, un placer frio que le sube por la espalda y le eriza los pelos de la nuca, se ha cambiado y va vestido con un delantal de carnicero y completamente desnudo, bajo el delantal se puede apreciar la fuerte erección que tiene y en la frente el sudor frio que baja hasta caer al suelo, en su mano un cuchillo filoso y en la otra una bandeja, el pobre hombre abre los ojos ahogando un chillido de terror que no sale y que sofoca su aterrorizada alma, mientras Carlos se acerca con los ojos inyectados de sangre y con la mirada desorbitada que lo hace ver aun mas malévolo.
Carlos disfruta de su comida, un filete con papas y ensalada, mientras toma una copa de lo que parece ser vino sobre un taburete completamente blanco, con el rostro y las manos ensangrentadas, calmado y silencioso de nuevo. El hombre extendido sobre el suelo yace en sus propios excrementos y siente como la vida abandona su cuerpo mientras que la sangre desfila hacia un sifón maloliente, su vista ya perdida escapa hacia el resplandor de la luna sobre el muro que brilla a pesar de estar opaco y sucio, una última lagrima rueda por su mejilla mientras su cuerpo desiste frente a el inevitable destino.

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