A ti que me lees...
confidente de mis angustias..
de mis dudas, de mis alegrías..
A ti que compartes mis logros y sentimientos...
Da igual quien seas..
te he dejado abierto
este rinconcito de mi corazón, y tras la pantalla
accedes a mis mas íntimas sensaciones.


Gracias por acompañarme..

martes, 15 de noviembre de 2016


-Mi vida está vacía, hermano. La corte, las institutrices, los profesores y libros, nuestras riñas y mamá, tu padre y su corona... hace un tiempo que son una carga demasiado pesada para mis hombros..., hace tiempo que no sirven para llenar mi triste vida.

-¡Pero eres la heredera! El peso de la misma historia descansa sobre tus hombros... ¿cómo no sentirte agobiada? Eso pasará hermana, pronto pasará...
-No se trata de la responsabilidad, Rodrick, ¡se trata de mí! ¡Mira por esa ventana, caballero, y dime qué ves!

Campos de fuentes se extendían hasta el horizonte verdes de flores amapolas, rosas blancas y orquídeas olorosas, sobre un manto de frutales y un sinfin de... jóvenes amantes, parejas de la mano, carreras de enamorados. Los jardines de palacio se abrieron al pueblo que tanto sufrió para sufragarlos en remotos tiempos de oscuridad. Valdemar había sido un rey querido por gestos como este, pensó Rodrick.
-¿Amor?, ¿estás enamorada? -por un momento el niño travieso que se ahogaba en su nuez de adán recordó los tiempos de peleas y burlas. Pero, aunque los hombres jóvenes asisten a su encuentro con una apostura distinta, la llamada del extraño amor no le era del todo desconocida al fogoso galán.

-No te rías pues no lo entiendes. Amor. ¿Cómo voy a estar enamorada? Mírales corriendo libres por los jardines, por el pueblo y sus plazas. Mírales, juntos o separados, como pájaros sin nido, amigos de la infancia o encuentros de baile y fuego. Mírales en sus tímidos besos y corteses brazos, ¡y mírales cómo yo les miro cada día! Yo jamás podré enamorarme entre las rejas de mi prisión y ni un centenar varones engalanados podrán jamás conquistar un corazón aprisionado por el ansia de volar.
-Pero tú serás la reina, podrás escoger entre...

-Calla Rodrick, calla... no lo entiendes. Déjame por favor, te agradezco que hayas venido a verme y creo que a partir de ahora las cosas nunca podrán ser como antes. Vuelve a tus estudios sin miedo y cuidado, la princesa puede que no vuelva a sonreír, pero tampoco llorará más.

-¡Mal de amores! -el rey meneaba la cabeza preocupado, mientras el sonido de reloj de caoba, casi siempre silencioso, penetraba por sus oídos recordándole la muerte de su niña y el nacimiento de una reina. Una reina que, como su vida le había enseñado, no haría bien su trabajo desde el rencor y la tristeza. El peso de la corona no le era desconocido...
-No sé por qué te extrañas, precisamente tú.

Margarita había sido una modesta florista hasta las veinte primaveras. Valdemar había decidido unir su corazón a la aristocrática familia de Ostreich y su padre estaba de acuerdo. O viceversa, lo cierto es que una semana de fiesta nacional aguardaba al encantado, o sometido, populacho, como el abuelo de Raquel solía llamar a sus siervos, ahora ciudadanos. Margarita era la octava de la fila de la izquierda, ni más hermosa ni menos que el resto. Cuarenta zagalas con cuarenta cestos de pétalos rosados. Todas miraban con rubor al joven príncipe pero quizá, sí, quizá hubiera algo diferente en la mirada de Margarita. Algo que taladró el corazón del novio cuando, como conjura universal entre constelaciones astrales, dos pares de almas se fundieron en una mirada indescriptible, capaz de provocar un escalofrío en el futuro rey, que dejó el brazo de su madre para ayudar a recoger los pétalos a la turbada doncella...
Valdemar recordó con una sonrisa tierna ese momento, que siempre le había llevado a preguntarse si había sido él mismo el verdadero causante de tantos cambios en la antigua nación. Apretó el brazo de su esposa y, como tantas veces, se amaron en un apasionado beso.

-A menudo olvido que mi niña es ya una mujer -se disculpó.
-Nunca ha salido de sus fantasías y sus libros de su filosofía. Creo que la llama de la juventud le ha sorprendido más a ella que a ti. Se siente perdida y necesita relacionarse con otros jóvenes.

Una sombra nubló la vista del rey. Su niña, en brazos de otro. Su niña, tan inexperta en el amor a pesar de su aguda inteligencia y divertida ironía. Y tantos buitres, nadie lo sabía mejor que él, sobrevolando el tierno reino. No podía entregársela a cualquiera y menos aún podía ser él quien forzara a su preciosa niña a elegir pareja. No. Se prometió que no lo haría y jamás quebrantará su palabra. Aunque quizá pueda reducir el círculo de futuribles...

Raquel asistía aburrida a la obvia estratagema de su padre, que revisaba con agrado su tarjeta de baile, repleta de nombres pomposos. Quería mucho al venerable cincuentón que tenía frente a ella, pero, con más melancolía que verdadero enfado, desconfiaba sabiamente de las verdaderas intenciones del rey. Cómo le dijo una vez, cuando era pequeña, “primero la corona, luego el hombre”. Claro, para él era fácil decir eso, pensó guiñándole un ojo a su madre, que compartía con maternal amor las dudas de su hija.
Era el quinto baile de temporada que acogía la recargada sala principal del palacio. Valdemar había tenido la “política” idea de organizar recepciones para estrechar los lazos con los embajadores de los países amigos y con los de otros que, plausiblemente, quizá pronto fueran aliados. Los séquitos de cada embajada eran horriblemente aparatosos, “rezuman soberbia y ostentación”, pensaba Raquel, que sonreía con un mal disimulado fastidio las acometidas de hijos de diplomáticos, hijos de embajadores, hijos de reyezuelos e hijos de toda la maraña de buena familia de sangre azul que “casualmente” se adosaba a los bailes estivales, claramente diseñados para “estrechar lazos” entre pueblos distantes.

Embriagada por el perturbador perfume de su última pareja de baile, “debe llevar algún tipo de filtro de amor, Dios mío, cómo apesta este hombre”, empezó a preguntarse si no sería mejor permitir que alguno de sus pretendientes, demasiados como para resultar sinceros, la cortejara, al menos para satisfacer el ego y los planes de su padre, orgulloso de su estratagema a pesar de no haber fructificado todavía. La tristeza seguía enquistada en su pecho, que ahora era admirado sin pudor por el hijo de un importante gobernador europeo, pero la brumosa responsabilidad, ese pesado lastre de la juventud, había cobrado forma desde su charla con Rodrick, al que no culpaba por haber hablado con sus padres. Si ella no podía ser feliz, al menos haría feliz a Valdemar y a su reino, a pesar de la conmovedora comprensión que encontraba en la reina, demasiado consciente a veces de su lugar en este tipo de acontecimientos, anacrónicos comparados con la rutina de palacio.
Pero poco recuerdo de sus antiguas ansias de libertad lograba entresacar de las patéticas conversaciones con sus parejas de baile y “portadores de ponche”, como los llamaba delante de Margarita, que con la más ciega vocación maternal se había volcado en su mujercita, acompañándola sin presionar su corazón.

-Mi país se encuentra entre los más dotados para la guerra de cuantos reinos se hallan representados en este salón. Se podría decir que en ningún otro sitio como en la primera casa de nuestra bella capital estará vuestra cabeza más segura.
-Me halaga tanta preocupación por mi cabeza. ¿Es eso pues lo que más os ha impresionado de mí, tanto es vuestro interés en conservarla?
-Mi país tiene los mas vastos campos y los bosques más frondosos de cuantos habéis estudiado en vuestros libros de geografía. Su riqueza es legendaria, y, si aceptarais venir a visitarme con vuestras damas de compañía, podría mostraros los hermosos pastos y su rico ganado.
-¿Visitaros con mis damas de compañía?¿Acaso os habéis fijado en alguna de ellas? ¿Leocadia quizá?

“Dos menos”, pensaba Raquel mientras miraba divertida a la anciana matrona que había cambiado sus reales pañales de raro algodón hace no demasiados lustros. La digna y buena Leocadia. No quería casarse con un país entero, sino... Una pareja de novios paseando por los senderos de sus jardines, al pie del gran ventanal de su cuarto, caminos de abrazos y hojarasca, de mutuo descubrimiento. Eso es lo que ella quería... ¿Cómo trasladar la trémula emoción de lo desconocido a esos galanes mecánicos, hijos de sus padres, más interesados en su escote y la dote prometida que en paseos de la mano?
-Os ofrezco la adoración de cien millares de súbditos deseosos de una reina. Fui hijo único de una madre poderosa y siglos de historia contemplan sobrias regentes en el trono de mi patria. En ningún otra nación seréis adorada con mayor devoción que...
-Joyas, vestidos y doncellas obedientes, no como esas damas asalariadas que murmuran a vuestra costa en esta desarraigada monarquía, allí serán vuestras esclavas y...
-Viajaréis a los más recónditos y exóticos lugares de la tierra, donde podréis saciar vuestro conocido espíritu aventurero en las rutas comerciales que mi país...
-Millones de ducados de los bancos nacionales estarán a vuestra disposición... ni apestosas vacas ni débiles caballos, la fuerza de la riqueza de mi nación no necesita ejército pues sus arcas llenas colmarán...

-¿Has hecho ya una lista entre los jóvenes? Supongo que será difícil elegir entre tanto guapo mozo ¿eh?
-Sí, es difícil padre... Todos tan bien vestidos, perfumados y enmascarados...

-¿Te gusta entonces la fiesta de hoy? Pensé que un baile de disfraces sería una buena manera de que los jovencitos, todos abrumados por la belleza de la chica más guapa del baile, mostraran sus virtudes sin apellidos...
Raquel sabía que las intenciones de su padre eran buenas. Buscaba encontrar el equilibrio entre su fe más pura en el amor verdadero y su labor como rey y padre de reina. Pero, en el fondo, ella jamás elegiría libremente a ninguno de los príncipes del salón de baile, por más que su padre se esforzara en disfrazar la verdad.

El desfile de comparsas se sucedió lleno de discursos pulidos y promesas señoriales. Fastuosas carrozas tiradas por elefantes pasaban por sus pies, coros de barítonos la despertarían cada mañana, mientras maestros cocineros preparaban los más selectos manjares y las voces más agraciadas recitaban los más hermosos poemas. Baños de espuma con sales de oriente y blancos caballos árabes para elegir...para cabalgar con los mejores instructores de toda, los más grandes de todo, los mejores, la mejor, la mayor, el más, la más... La melancolía hacía escocer sus ojos tras la máscara de cisne.
Un nuevo príncipe se le acercó, o quizá hijo de alguna exótica república tiránica...

-Hola -dijo el desconocido, tras una gran cabeza de lobo.
-Hola, caballero, ¿disfrutáis de la fiesta?

-Más disfruto de vuestra belleza, la velada se oscurece a vuestro lado.
-¿Mi belleza?¿Os habéis enamorado de mi máscara, o acaso os gustan más los cisnes que las damas?

-No necesito divisar vuestro rostro para admirar a una beldad como vos. Incluso si no hubiera visto vuestra cara de ángel y oído vuestra risa de sirena cada día en este palacio de piedra seguiríais siendo la luz de la fiesta y quizá del mundo.
-¿Cada día en palacio? -se sobresaltó Raquel, demasiado acostumbrada a galanes extranjeros. Sí, había muchos varones en el palacio y muchos de ellos compartieron ratos de ocio en su primera infancia, antes de resultar amistades inapropiadas... mozos de cuadra y aprendices de las más diversas labores artesanas, ¿quién sería este apuesto galán? Raquel notó un desconocido rubor en sus ocultas mejillas.

-Podéis apostar vuestros oscuros ojos, que compararía con las más hermosas gemas del océano si no fuera imposible confrontar la vida que escapa en cada brillante mirada vuestra con la fría piedra, por más preciosa y valiosa que esta sea.
-Así pues, os gustan las gemas... a pesar de usar la palabra de modo inapropiado para un simple empleado de palacio, suponiendo que no me engañéis. ¿Acaso pretendéis conquistarme?

-Vos lo habéis dicho. -la osadía del muchacho y su escueta respuesta encendieron aún más el demasiado mortecino rostro de la antes siempre sonrosada princesa.
-Ah, bien. Así que esa es vuestra intención... ¿Y qué me ofreceréis vos para que acceda a vuestros deseos? ¿Por qué debería preferir a un desconocido de mi propio palacio antes que a los hijos de la más poderosas potencias de la tierra, que ponen a mis pies el más nimio deseo que salga por mi boca? ¿Qué me daréis vos?

-Nada. No os daré absolutamente nada.
-¿Cómo? -el desconcierto borró por un momento la habitual dialéctica de Raquel.

-Si acaso accedierais a ser mi esposa, nada recibiríais de mí y sin embargo mucho tendríais que darme. Mis brazos vacíos sería todo lo que encontraríais cada mañana al despertar, mi boca hueca cada noche antes del descanso, descanso necesario tras una dura jornada de esfuerzo y trabajo. Los dos. Vacío me entregaría a vos y sería vuestro amor sin condiciones lo que quisiera encontrar, mi alma muerta vuestra por siempre para que la regarais con la pasión que nadie os pide y que siempre habéis querido dar. Entiende por fin, joven bella, que nada queréis de los demás y ningún consuelo encontraréis en el enlace pactado o el regalo real. Aquí tenéis todo lo que siempre habéis deseado, alguien a quien dar todo el amor que os quema las entrañas.
Raquel se quedó muda ante el discurso del desconocido. Un extraño sudor recorrió su frente y una ventana se abrió en el fondo de su corazón. Su mente ciega al fin comprendió cuanta razón tenía el joven desconocido y no ansiaba otra cosa que arrancar la máscara que cubría su rostro y ver los ojos de quien había logrado con tal certera puntería abrir los pesados candados de su más íntimo ser.

No tuvo que esperar mucho, pues la señal convenida para el desenmascaramiento, la medianoche de brujas y hechizos, tronó cantarina en el reloj de cuentos y hadas. Rodrick apreció sonriente tras la cabeza lobuna.
-Hola hermanita -saludó jocoso, quitando la delicada cabeza de cisne del rostro de Raquel.

-¡Rodrick, maldito bastardo hijo de mil sapos pero qué...! -borbotó encendida de rubor la joven niña que aún vivía en el pecho de la desdeñosa princesa cortejada-. Esta es la más sucia jugarreta que jamás... pero... ¡y pensar que creí en tu cambio de actitud!
-Calla y escúchame. Sabes que lo que acabo de decir es cierto y mi rostro y malicia no cambian un ápice la verdad del secreto de tu melancolía. Siempre miraste a mamá y admiraste su capacidad de sacrificio, la fuerza de voluntad con la que abandonó el libre camino de felicidad que tú tanto envidias del pueblo llano. Por amor. ¿No te das cuenta de que tú quieres hacer exactamente lo mismo? Sólo que no necesitas un zalamero cortesano que te pretenda para atajar de una vez la acerba amargura de tu vientre y tu pecho. Sabes lo que debes hacer y sabes que no será una irresponsabilidad ni para tu padre ni para tu rey. Mírame, Raquel, y sabrás que no miento.Margarita acariciaba con cariño la pierna de su hija mientras sujetaba la brida de un modesto percherón, el favorito de su hija a pesar de su indefinido pedigrí.

-Supongo que eras tú quien debía darse cuenta, aunque me sorprende la osadía y el ingenio de tu hermano. Jamás pensé que pudiera bucear así en sentimientos que yo siempre pensé que eran patrimonio de la mujer. Y antes que reina eres mujer, como antes que plebeya yo fui mujer.
-Papá, no ha venido a despedirse...

-Sabes que jamás hubiera podido venir tan bien como sabes que te quiere más que a nada en esta tierra, incluso creo que te quiere más que a mí... una vez que se dio cuenta de que yo no necesitaba ya de su protección y tu sí. Por eso le duele que escapes ahora de sus brazos. Pero te entiende, tan bien como te entiendo yo o tu hermano Rodrick.
-Será un buen rey.

-Sí, lo será... si te das prisa podrás cruzar la frontera sin despertar muchas sospechas... No sé si volverás alguna vez, pero nuestros brazos están abiertos para la princesa de nuestro corazón. Espero que encuentres lo que buscas.
-¡Ya lo he encontrado!, -gritó Raquel, tomando la brida y espoleando al caballo-. ¡Ya lo he encontrado, mamá!

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