Caminaba por el viento, sola. Sin rumbo.
Hasta detenerme en un camino repleto de manto blanco. No sabía donde me había llevado el aire. Un enorme lobo pareció percatarse de mi presencia. Sus ojos amarillos escudriñaron el entorno con cierta curiosidad, hasta que el olor, mi olor, lo llevó a levantar la mirada. Su mirada y la mía se cruzaron buscando una complicidad que no tardó en aparecer. Parecía advertir que yo no era del mundo de la amenaza humana. Supo con certeza que no había llegado hasta allí para hacer mal alguno. La luna llena asomaba por entre las nubes como bendiciendo nuestra nueva amistad. Mis pies tocaron el suelo y me acerqué a él. Bajo su cabeza en señal de simpatía y me dejó acariciar su suave pelo grisáceo con tonos azulados. La energía de la naturaleza y la luna me invadieron, llenando mi interior de una paz mezclada con el olor fresco de la noche. Mis labios se posaron sobre el rostro del animal, dándole un beso... regalando calor de amor. Como satisfecho, volvió a posar sus ojos en los míos y, sin pensarlo dos veces, continuó su camino mientras yo lo observaba y el viento volvía a azotar mi cabello y mi vestido, elevándome de nuevo hacia el cielo. Como aquel lobo, en aquella noche de luna llena, continué mi camino hasta donde quiera que fuere mi hogar.
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