La noche sobre Berlín es un escenario opaco tras la función.
Oscurece antes el silencio entre el acontecimiento de unos pasos atrevidos que fingen su palabreo en un acartonado eco desfallecido.
Un cielo de pintura plástica que gotea exprimiendo un sollozo,
una inmensidad anhelada que humea la barbarie luminotecnia
junto al gargajeo de un motor de contenida cilindrada.
Esta noche es un trance,
me atrevo como espectador insólito,
y las entorchadas farolas estiran sus cabezas tajantes
hasta que se silencia un taconeo ulterior.
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