Años después, un joven conde pasaba cerca de la fuente cuando vio a una hermosa joven que jugaba con el agua. Parece que repitiendo la misma historia de sus padres, el conde Raymodin de Lusignan y Melusina se enamoraron. Cuando el conde la pidió en matrimonio, Melusina, como su madre muchos años antes, puso a su enamorado una condición: sería una buena esposa, pero sólo le pedía un favor, los sábados debía dejar que se bañara sola, aunque todos murmuraran por su extraña costumbre. El marido, que pensaba que aquello era una manía nada difícil de cumplir, le prometió la noche antes de su boda que sería como ella pedía.
Y así fue, y se casaron y fueron muy felices. Tuvieron tres hijos muy hermosos, aunque de piel casi transparente. Melusina era ejemplo de buena madre y esposa, siempre dispuesta a ayudar a su marido. Durante años el marido respetó sin rechistar la manía de su mujer, y cada sábado Melusina puntualmente corría a esconderse en la torre del castillo, y allí veía entre lágrimas cómo su hermoso cuerpo se cubría de escamas.
Pero las malas lenguas nunca descansan y los rumores corrían por palacio. Fueron los criados los primeros en murmurar sobre la extraña conducta de su señora, e incluso hubo quien insinuó que a saber qué escondía en la torre, quizás un amante. Y todos se reían de los supuestos adornos del marido.
El marido conocía a su mujer mejor que nadie, y sabía que en su corazón todo lo que había era bueno, pero empezaron a incomodarle los comentarios. Cada sábado iba aumentando su duda y la intranquilidad. Un sábado, llevado por la desconfianza, entreabrió la puerta de la torre para ver a su mujer. Una larga cola de serpiente cubría el cuerpo de su esposa, pero no sólo eso, sus ojos eran de fuego y sus manos unas garras. No pudo evitar emitir un grito. La mujer lo miró tristemente, levantó unas alas que su marido nunca le había visto y escapó por la ventana para siempre. El conde se reprochaba su curiosidad y falta de confianza, y lamentaba haberse dejado llevar por murmuraciones en lugar de confiar en la que siempre fue honesta con él.
Cuentan que desde entonces el conde sufría en la soledad del castillo, aunque tenía todavía a sus hijos. Todas las mañanas iba a despertarlos con todo amor, pero siempre estaban ya levantados, vestidos y perfumados. Ellos decían que era su madre, que cada mañana iba a darles el beso de buenos días y vestirlos. Dice la leyenda que no faltó ni un solo día a la cita, hasta que los hijos no la necesitaron más. Y cuentan que el conde, aunque lo intentaba, nunca pudo volver a ver a su mujer, y aunque lloraba a menudo suplicando su regreso ella nunca volvió. También hay voces que afirman que cada vez que muere alguien de la familia en palacio, aparece una serpiente alada que da vueltas por los balcones. Pero esto último sólo son murmuraciones.
lunes, 20 de junio de 2016
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