Absurda es la palabra que castiga mi súplica
y el perdón que te dejo en la puerta para que peines
la vereda con esas fotos tuyas mías, entrelazadas las manos,
cuando la risa deshacía el llanto en perlas milagrosas,
mientras yo corría a la primera intuición de saberte desprevenida.
Saber qué mundo procreó tu corazón, pues no lo encuentro
ni en mi más conmovedor desvelo, ni lo descubro en otros cuerpos;
saber que debo resignarme a una inquietud, a un desafío,
a un albur; saber todo ello, desorbita mi horizonte.
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