Cuando llegue tu ansiado grito a mi garganta,
aniquilaré los verbos, las sílabas sin forma;
el amor perderá sus pasajeros por costumbre
o por la pasión exacerbada de los cuerpos;
la verdad se apoderará de la mentira
y la obligará a vomitar lo poco que le queda
de diáfana pureza;
aumentarán los inquilinos en el cielo,
por un vaivén del tiempo, por un quizás de la agonía.
Nada acontecido se había visto antes
de tu partida, al alma naufragan-te del hechizo.
Y hoy parece que nos cambió la vida
ese grito tuyo, cambiándose de ropa
en los andares ya grises de mi voz.
Te padezco, y no te das cuenta de tu abismo;
pues en mi garganta truena la cuerda rota
que abrigó tus osadías, tus deslices, tu pronta
conveniencia de cara a mi destino, que tú sabías
cristalino y poderoso.
Nada me pertenece
para ofrendarte o poseerte.
Estás sola en tus dominios,
y yo atado a la misma cruz de los ruegos,
deshaciéndose en tus gritos como
páginas en blanco en sus recuerdos.
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