En tus ojos se completa un abecedario, se termina el infinito,
desaparece todo rencor encarnado en otros tantas almas;
debe ser que fuiste hecha para el milagro presuroso,
para la entrega perfecta de los cuerpos, entre un húmedo cuarto
y una lámpara encendida desde donde acampaban los gemidos.
De tu vientre nació un capullo, una orquídea, un geranio espumoso,
una rosa sin espinas te acompañaba en tus primeros pasos;
por ello dibujé en tus hojas de papel una criatura en blanco,
cuando de pintor las uñas me doblaban los dedos,
y los dedos despuntaban los colores del verano.
Nunca supe de matices, ni de óleos, ni de amores imposibles;
me costó crecer en estos tiempos donde la risa es un peldaño
más de la apariencia, donde el cariño se desdobla, donde
ya la vida cuesta desde que levantas tus mágicos asombros
hasta que los escondes con resignada indiferencia.
Pero eres la última estrella en este desierto impío y deslumbrante,
una dosis merecida de nostalgia, fantasía y eterna complacencia;
te muestras amplia y distendida para todos, y enceguecemos
las ansias; la boca gozosa descubre en ti su dueña,
y entrega los besos como una merienda, como dar las gracias
a los grises nocturnos de la existencia.
Por ello te adoro, la gente derrama bendiciones en tu nombre
como flores en una mar abierta, escoge un pedazo de pan
para endulzar-lo con miel y agasajarte, pensar que con ello
destapan tu fiereza, porque eres del mundo, de la agonía,
del sueño mío, y de mis oscuros ojos que curvan las mañanas
y un corazón apaleado por el vértigo de mi locura.
sábado, 30 de julio de 2016
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