Protectora de los grandes males, la que concede los pequeños deseos, toda hada permanece atenta a su alma escogida, y se mantiene a su lado mientras ésta crea en ella.
Es por esto que, algunas noches, cuando la oscuridad todo lo envuelve, pequeñas luces se dirigen revoloteando en una danza hipnótica a las casas, aldeas o pueblos en semipenumbra, y recorren sus calles acercándose a las ventanas, intentando atisbar tras ellas un llanto, un primer sueño.
Luciérnagas, suelen llamarlas los que se creen sabios. Simples insectos inútiles, que no causan bien o mal alguno, dicen de ellas. Y por suerte, las dejan hacer.
Lo cierto es que no se sabe por qué todos los niños creen en las hadas. Tampoco por qué estas los eligen, y se atan a ellos, conocedoras de su más que probable final. Algo debe de haber, desconocido para los que, un cada vez más lejano día, fuimos.
Perdida en el olvido, un hada se muere. Resignada, sabedora de que su suerte no depende de ella desde el momento en que eligió su destino, espera su hora, las palabras precisas que la sentencien.
- ¿Hadas? Yo YA no creo en las hadas...Y luego, silencio.
Pocas son las vidas que, siendo ya viejas, fallecen junto a una de estas hadas. Pero, de vez en cuando, muy de vez en cuando, puede entreverse en unos ojos lechosos rodeados de arrugas un atisbo de esperanza, una luz venida de más allá de un mundo irreal que pocos pueden ver, a la que sigue siempre, inseparable, una sonrisa. Y esa es, inequívoca, la sonrisa de quien nunca dejó de ser niño, la magia de un hada prendada en quien nunca dejó de creer.
Cuando un hada muere, el alma de un niño la acompaña. Y con ella se oyen marchar inocentes risas e ilusiones puras, que no volverán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario