"Domestícame" -pidió el zorro al Principito, en la novela homónima del autor francés Antoine de Saint-Exupéry.

"Domestícame" -te suplico yo, casi con lágrimas en los ojos, después de oírte leerme ese maravilloso fragmento del libro.

Igual que hiciera el mencionado animal, conocido por su astucia, te pido yo que me domestiques, ya que eso implica crear lazos, vínculos afectivos… y yo quisiera crearlos contigo.

“Si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros –añadió el zorro”.

Así pues, te ruego que me domestiques. Te imploro que me hagas tuya, que me hagas ser (y sentir) diferente de todas las mujeres, como tú eres diferente para mí, de todos los demás hombres.

Quiero ser como un caballo salvaje, al que sólo tú tienes el poder y la oportunidad de domesticar. Solamente tú puedes tomar las riendas y domarme, cabalgarme…

No quiero compartir el resto de mi vida con otra persona que no seas tú. No quiero esperar más ruido de pasos. No quiero esperar otro príncipe azul que no seas tú.

No me gustan las palabras vacías y las promesas sin sentido. No me gusta besar sapos y esperar a que se transformen. No me gusta pasar las noches sola, sin ti.

Por eso te pido que me acompañes. Por eso te imploro que me domestiques… No es algo que se diga a la ligera a cualquiera. Yo ya he hecho mi elección, y no estoy dispuesta a cambiar de opinión, ante nada ni nadie.

Sólo tú eres a quien he elegido para compartir cada momento, cada minuto, cada instante... No quiero que me miren otros ojos como lo hacen los tuyos, ni que me besen otros labios...

Tan sólo quiero estar junto a ti, que de todos los pasos que escuche, únicamente los tuyos sean diferentes, que tu amor me haga mirar el mundo que nos rodea con esperanza… Pero, para eso, necesito que me domestiques, porque si tú no lo haces, dudo que nadie más lo consiga.