A ti que me lees...
confidente de mis angustias..
de mis dudas, de mis alegrías..
A ti que compartes mis logros y sentimientos...
Da igual quien seas..
te he dejado abierto
este rinconcito de mi corazón, y tras la pantalla
accedes a mis mas íntimas sensaciones.


Gracias por acompañarme..

miércoles, 16 de noviembre de 2016



Érase un rey que tenía una hija de quince años.
Un día, estaba la princesita paseando por el jardín con su doncella,
cuando vio una planta desconocida.
Y preguntó, curiosa:
- ¿Qué es esto?
- Una matita de hinojo, Alteza.
- Cuidémosla, a ver lo que crece - dijo la princesa.
Otro día, la doncella encontró un piojo. Y la princesa propuso:
- Cuidémoslo, a ver lo que crece.
Y lo metieron en una tinaja.
Pasó, el tiempo. La matita se convirtió, en un árbol y el piojo engordó
tanto, que, al cabo de nueve meses, ya no cabía en la tinaja.
El rey, después de consultar a su hija, publicó un bando diciendo que la
princesa estaba en edad de casarse, pero que lo haría con el más listo del
país.
Para ello se le ocurrió hacer un pandero con la piel del piojo,
construyéndose el cerco del mismo con madera de hinojo.
Luego lo hizo colocar en todas las esquinas de las casas del reino un nuevo
bando, diciendo:
«La princesita se casará con el que acierte de qué material está hecho el
pandero. A los pretendientes a su mano se les dará tres días de plazo para
acertarlo. Quien no lo hiciere en este tiempo, será condenado a muerte.»
A palacio acudieron condes, duques, y marqueses, así como muchachos
riquísimos, que ansiaban casarse con la princesita, pero ninguno adivinó
de qué material estaba fabricado el pandero y murieron todos al tercer día.
Un pastor, que había leído el bando, dijo a su madre:
- Prepárame las alforjas, que voy a probar suerte. Conozco las pieles de
todos los bichos del campo y la madera de todos los árboles del bosque.
Después de discutir un rato con la madre, que temía le sucediera lo mismo
que a tantos otros pretendientes a la mano de la princesa, el pastor logró
convencer a su progenitora y emprendió el camino hacia la corte.
En las afueras de un pueblo encontróse con un gigante que estaba
sujetando un peñasco como una montaña y le preguntó:
- ¿Qué haces ahí, muchacho?
- Sujeto esta piedrecita para que no caiga y destroce el pueblo.
- ¿Cómo te llamas?
- Hércules.
- Mejor dejas eso y te vienes conmigo; llevo un negocio entre manos y si me
sale bien algo te tocará a ti. ¡Anda, ven!
Hércules echó a rodar la peña en dirección contraria al pueblo, arrasando
los bosques en una extensión de cinco kilómetros, y se marchó con el
pastor.
Llegaron a otro pueblo y vieron a un hombre que apuntaba con una
escopeta al cielo.

- ¿Qué haces ahí? - preguntóle el pastor.
Y el cazador contestó:
- Encima de aquella nube vuela una bandada de gavilanes. Por cada uno
que mato me dan diez céntimos.
- ¿Cómo te llamas?
- Bala-Certera.
- Mejor dejas eso y te vienes con nosotros; llevo un negocio entre manos y
si me sale bien algo te tocará a ti. Anda, vente con nosotros.
Y Bala-Certera se unió al pastor y a Hércules.
A la salida de otro pueblo vieron junto al camino a un hombre que estaba
con el oído pegado al suelo.
El pastor le preguntó:
- ¿Qué haces ahí?
- Oigo crecer la hierba.
- ¿Cómo te llamas?
- Oídos-Finos.
- Vente con nosotros; con esos oídos puedes prestarnos buenos servicios.
Y Oídos-Finos se marchó con el pastor, Hércules y Bala-Certera.
Llevaban andando un buen rato, cuando vieron a un hombre atado a un
árbol, con sendas ruedas de molino a los pies.
El pastor le preguntó:
- ¿Qué haces aquí?
- He hecho que me aten, porque suelto me corro el mundo entero en un
minuto.
- ¿Cómo te llamas?
- Veloz-como-el-Rayo.
- Ya somos cuatro - dijo el pastor. - No admitimos más socios. Vendrás con
nosotros.
Desataron a Veloz-como-el-Rayo y éste dijo a sus compañeros que se
colocarán sobre las ruedas de molino, asegurándoles que los conduciría
adonde quisieran ir con la velocidad del rayo.
Mientras se colocaban todos, acercóse una hormiga que dijo:
- Pastor, llévame en el zurrón.
- No quiero, porque vas a picotear la tortilla que llevo para la merienda.
- Llévame contigo, pastor, que tengo de prestarte buenos servicios.
El pastor metió la hormiga en el zurrón, y en esto se acerca un escarabajo
que le dice:
- Pastor, llévame en el zurrón.
- No quiero, porque vas a estropearme una tortilla que llevo para la
merienda.
- Llévame, hombre, que tengo de prestarte buenos servicios.
El pastor metió el escarabajo en el zurrón, y en esto se acerca un ratón
que le dice:
- Pastor, llévame en el zurrón.
- No quiero que estropees, la tortilla que llevo para la merienda.
No te la estropearé, que anoche llovió y tengo el hocico limpio. Llévame
contigo, que tengo de prestarte buenos servicios.
El pastor lo metió en el zurrón.
Emprendieron todos la marcha montados en las ruedas de molino y sin
darse cuenta llegaron a palacio.
Alojáronse todos en un mesón que había frente al palacio, donde el pastor
dejó a Hércules, a Bala-Certera, a Oídos-Finos y a Veloz-como-el-Rayo,
para ir a ver a la princesa.
Cuando le enseñaron el pandero, dijo:
- Esto es de piel de cabrito y madera de cornicabra.
- Te has equivocado - dijo el rey. - Tienes tres días para pensarlo. Si no lo
aciertas, morirás.
El pastor, desconsolado, volvió al mesón, y Oídos-Finos, el que oía crecer
la hierba, le preguntó la causa de su tristeza.
Contóle el pastor lo ocurrido y Oídos-Finos dijo:
- No te aflijas. Averiguaré lo que te interesa saber y te lo diré.
Al día siguiente, se marchó al jardín donde paseaba la princesa con su
doncella. Pego el oído al suelo y oyó, decir a la doncella:
- ¿No es lástima ver cómo matan a vuestros pretendientes, Alteza?
- Sí, desde luego; pero estarán muriendo hasta que alguno acierte que el
pandero está hecho de piel de piojo y madera de hinojo.
- No lo acertará nadie.
Oídos-Finos no esperó más; volvió corriendo al mesón.
- Ya sé de qué es la piel del pandero - dijo a sus compañeros. - De piel de
piojo y madera de hinojo. Acabo de oírselo a la doncella de la princesa.
Lleno de alegría, el pastor se dirigió a palacio y pidió ver al rey.
El monarca le dijo:
- ¿No sabes que el que no acierta la segunda vez de qué es la piel del
pandero, tiene pena de la vida?
- Sí que lo sé, Majestad. Venga el pandero.
El pastor cogió el pandero, lo miró un momento y dijo:
- La piel de este pandero es de un animal que se mata así.
Y al decir esto, apretó una contra otra las uñas de sus pulgares.
El rey miró para su hija.
Y ésta preguntó al pastor:
- ¿De qué es la piel? Dilo pronto.
- ¿De qué es la piel? ¡Ja, ja, ja! La piel es de piojo.
- Acertaste - dijo el rey.
El monarca reunió acto seguido a la Corte, para anunciar que el pastor
había acertado y que se casaría con la princesa; pero ésta dijo que con un
pastor no se casaba de ninguna manera.
- Un rey - dijo su padre - no tiene más que una palabra. Tienes que
casarte.

- Bien - respondió la muchacha. - Lo haré cuando me cumpla tres
condiciones: la primera que me traiga antes de que se ponga el sol una
botella de agua de la Fuente Blanca...
- ¡Pero hija mía! La Fuente Blanca está a cien leguas de aquí...
- Ya lo sé... No podrá hacerlo; pero por si acaso habrá de realizar otras dos
pruebas: separar en una noche un montón de diez fanegas de maíz,
poniendo a un lado, el bueno, al otro el mediano y al otros el malo; y luego
habrá de llevar en un solo viaje dos arcones llenos de monedas de oro
desde el palacio al pabellón de caza...
Marchóse el pastor a la posada, tan afligido como el día anterior, y refirió,
a sus compañeros las condiciones que, para casarse, le imponía la
princesa.
Veloz-como-el-Rayo, el que corría el mundo entero en un minuto, dijo:
- Por la botella de agua de la Fuente Blanca, que está a cien leguas de
aquí, no te apures. Dame una botella y la traeré llena de agua en un abrir
y cerrar de ojos.
En un santiamén regresó con la botella de agua.
Hércules afirmó:
- Los arcones los transportaré yo, a donde quieras.
Y la hormiga asomó la cabecita por un agujero del zurrón y añadió:
- Llévame a la habitación donde está el maíz y te lo separaré en una noche.
Al poco rato se presentó el pastor en palacio con la botella de agua y la
hormiga en el bolsillo. Entregó la botella y pidió que le pusieran una cama
en la habitación del maíz, ya que le sobraría tiempo para dormir.
A la mañana siguiente, mientras el rey y la princesa estaban viendo el
maíz, ya separado en tres montones, fue Hércules y trasladó los dos
arcones al pabellón de caza.
Pero, la princesita se puso muy rabiosa y afirmó que no se casaría con el
pastor aunque la mataran, presentando a la corte inmediatamente como
su futuro esposo a un príncipe vecino muy guapo y arrogante.
El pastor, compungido, abandonó el palacio.
Una vez en la posada, contó a sus compañeros lo que había ocurrido, a lo
cual dijo el ratón, asomando el hociquito por un bolsillo:
- El día de la boda, el escarabajo y yo te vengaremos.
Llegó el día de la boda. El pastor se presentó en palacio y dejó el ratón y el
escarabajo en la habitación destinada al novio, marchándose luego a la
posada a esperar los acontecimientos.
Cuando el novio entró a acicalarse para la ceremonia, el ratón se le metió
en el bolsillo de la casaca, mientras que el escarabajo se escondía en una
de las amplias solapas.
Fueron los novios hacia el altar, acompañados de los padrinos, entre
nutrida y escogida concurrencia.
Cuando el sacerdote preguntó al novio si aceptaba por esposa a la
princesa, el escarabajo, de un salto, se le metió en la boca, con lo que el
infeliz no pudo pronunciar palabra, sino que sintió una angustia horrible.

Entretanto, el ratón salió del bolsillo y se metió por entre las ropas de la
princesa, dándole un mordisco tan atroz en la rodilla que por poco se
muere del susto.
Novio y novia echaron a correr como locos hacia la puerta del templo,
seguidos de los invitados, que no sabían lo que les pasaba.
Cuando hubieron, regresado a palacio, el novio abrió la boca para excusar
su conducta, pero el escarabajo se agitó de nuevo y tuvo que cerrarla más
que de prisa, mientras que el ratón propinó a la princesa un nuevo
mordisco y la obligó a refugiarse en su habitación para huir de lo que
todavía ignoraba lo que era.
Sola en su alcoba, la princesa se quitó el traje de novia y empezó a
sollozar.
- Princesita - dijo el ratón - no descansarás un instante hasta que rompas
con el príncipe y te cases con el pastor.
- ¿Quién me está hablando? - preguntó la princesa espantada.
- La voz de tu propia conciencia - aseguró el simpático roedor.
Entretanto, el príncipe se esforzaba en matar el escarabajo haciendo
gárgaras; pero el bicho se le metía en las narices hasta que pasaba el
chaparrón, consiguiendo que estornudara sin parar, con tal fuerza que se
daba con la cabeza contra los muebles.
- ¿Es que no me vas a dejar tranquilo, miserable bicho? - rugió
encolerizado.
- Hasta que no salgas de aquí te atormentaré sin cesar, día y noche.
El príncipe, al oír estas palabras, salió despavorido, no parando de correr
hasta llegar a su reino.
El escarabajo, cuando le vio cruzar el umbral del palacio se dejó caer y fue
a reunirse con el ratón.
- Vamos en busca del pastor - dijo el ratón. - Tengo la seguridad de que
ahora la princesa se casará con él.
Fueron a la posada, contaron al pastor lo sucedido y cuando éste se
presentó en palacio fue muy bien acogido por la princesa, que se colgó de
su brazo y, acompañados por el rey y los altos dignatarios, volvieron a la
iglesia, celebrándose la ceremonia con toda pompa y esplendor.
Luego hubo un baile magnífico, en que bailaron Hércules, Veloz-como-el-
Rayo y Oídos-Finos, mientras Bala-Certera se quedaba de centinela en la
puerta de palacio.
A medianoche, la madrina del príncipe desdeñado, una bruja horrible con
muy malas intenciones, vino disfrazada de búho a matar al pastor, pero
Bala-Certera, de un solo disparo, la envió al infierno.
Después del baile hubo un gran banquete, al que acudieron los reyes y los
pastores de todos los países colindantes.
Los compañeros del pastor se quedaron a vivir para siempre en palacio.
Hércules, el gigante, fue nombrado mayordomo; Oídos-Finos, el que oía
crecer la hierba, jefe de policía; Veloz-como-el-Rayo, el que corría el mundo

en un minuto, correo real; y Bala-Certera, el cazador, capitán de la
guardia.
La hormiguita, el ratoncito y el escarabajo fueron debidamente
recompensados.
A la hormiguita le reservaron unos terrenos donde había toda clase de
granos y golosinas apreciados por ella, y con el tiempo formó un
pobladísimo hormiguero que todos los súbditos respetaban, pues se
pregonó que se castigaría con la pena de muerte al que hollara aquel
espacio.
El ratoncito recibió un queso del tamaño de un pajar, para que hiciera en
él su morada, prometiéndole otro igual cuando le hiciera goteras.
El escarabajo recibió una hermosísima pelota de terciopelo verde y
amarillo, con la que el avispado animalito hacía verdaderas maravillas,
rodándola de un extremo a otro del trozo del jardín destinado a él
exclusivamente.
Y todos vivieron felices.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
El príncipe desmemoriado
Cuéntase que había una vez un príncipe, llamado Andana, hijo del rey
Perico y de la reina Mari-Castaña, que tenía el gravísimo defecto de carecer
de memoria. Todo cuanto oía, veía, hacía o decía lo olvidaba en el acto.
Los reyes, muy preocupados, llamaron en consulta a los mejores médicos
del reino y éstos, después de largas y profundas deliberaciones, llegaron al
acuerdo de que ninguno de ellos conocía remedio alguno para el mal que
aquejaba al joven príncipe, presentando al rey un extenso, dictamen, en el
que le aconsejaban que enviara a Andana a recorrer el mundo,
asegurándole que de este modo, cuando volviera, recordaría, si no todo,
algo de lo que viera.
Tanto el rey Perico como su esposa, la reina Mari-Castaña, acogieron con
alborozo el consejo de los sabios doctores, concediéndoles cruces y
distinciones en premio a su fenomenal talento y sapiencia.
Inmediatamente decidieron poner en práctica la atinadísima sugerencia de
los sesudos varones y la reina Mari-Castaña preparó con sus reales manos
una suculenta merienda al infante desmemoriado, diósela, junto con su
bendición y algunos consejos, y le despidió llorando a lágrima viva.
El príncipe emprendió la marcha. Al poco rato no se acordaba ni de las
lágrimas de su madre, ni de los consejos, ni de que llevaba merienda.
Continuó andando, hasta que sintió un hambre atroz y, viendo una
posada, entró en ella. Pidió de comer; le sirvieron una suculenta comida,
pues le habían reconocido, y cuando hubo terminado se marchó sin
acordarse de pagar la cuenta al posadero.

Andando, andando, llegó nuestro héroe, a orillas del mar. Sentía sed, y al
ver una riquísima viña, entró a coger uvas, pero el guarda le confundió con
un ladronzuelo vulgar y para escarmentarlo lo arrojó de cabeza al mar.
El pobre Andana no recordó' si sabía nadar o no, pero cuando salió a la
superficie empezó a mover brazos y pies y comprobó; con gran satisfacción
que se sostenía a flote. Sin embargo, había olvidado dónde estaba la playa
y empezó a nadar mar adentro, hasta que, cuando estaba ya casi
desfallecido por el tremendo esfuerzo realizado, fue recogido por un barco
que navegaba hacia Turquía.
En aquellos tiempos era soberano de aquella nación el Gran Turco,
déspota sanguinario y cruel, a quien todo el pueblo odiaba y temía. Ya
tenía más de sesenta años y estaba completamente ciego, pues se le
habían formado cataratas en los ojos.
Por los días en que sucedía lo que contamos, el feroz sultán había llamado
a los médicos de la corte, y les había dicho, con un acento que hubiera
hecho estremecerse a una estatua de mármol:
- O me devolvéis la vista u os corto la cabeza.
Los galenos otomanos no sabían operar las cataratas, pero como les
peligraba el relleno del turbante, se decidieron a buscar un colega que
fuese capaz de curar la ceguera del Gran Turco.
Llegó a su conocimiento que en una de las ciudades turcas habla un
médico cristiano que realizaba curas sorprendentes e inmediatamente
transmitieron la noticia al Gran Turco.
- ¡Que salgan cien jinetes a buscarlo! - ordenó el déspota.
Dos días más tarde, el médico cristiano se hallaba en presencia del sultán.
- Te he hecho venir, cristiano - díjole con voz atronadora - para que me
devuelvas la vista, cosa que estos imbéciles no son capaces de conseguir...
Si lo haces, te llenaré todos los bolsillos de oro, pero si fracasas...
- ¿Si fracaso, señor... ?
- Si fracasas, puedes despedirte de tu cabeza.
Lleno de temor, el médico cristiano entretuvo durante unos cuantos días al
tirano con cocimientos de flor de saúco y con lavados de agua de San
Antonio; pero como el Gran Turco no mejoraba y el pobre galeno temía por
su vida, se le ocurrió decirle:
- El remedio más eficaz para curarte, señor, no se encuentra aquí, en
Turquía...
- ¿Qué remedio es ése?
- Una especie de ungüento hecho con manteca de cristiano y unas hierbas
milagrosas que sólo yo conozco... Pero, desgraciadamente, aquí es muy
difícil encontrar un cristiano...
- ¿Y las hierbas?
- Las hierbas, sí, señor...
- Prepara entonces las hierbas y mis médicos te sacarán la manteca a ti
mismo...
El desgraciado galeno estuvo a pique de morir del susto.

- Es que..., señor - dijo tartamudeando, - mi manteca no sirve... Ha de ser
la de un cristiano joven...
En aquel preciso instante entraron unos edecanes a decir al Gran Turco
que unos marineros habían recogido a un náufrago cristiano, que
aseguraba ser el príncipe Andana, hijo del rey Perico y de la reina Mari-
Castaña.
- ¡Ya tenemos el ungüento! - exclamó el sultán, con gran estupefacción de
los recién llegados.
Luego, volviéndose al médico, añadió: - ¡Sácale la manteca y prepárate
para devolverme la vista!
Tambaleándose de espanto, el médico cristiano salió, cubierto de frío
sudor.
Fuése en busca del príncipe Andana, pero con el decidido propósito de no
sacrificarlo y de salvarle la vida. Cuando lo vio, después de saludarlo,
concibió una idea maravillosa y, encaminándose seguidamente a las
habitaciones del Gran Turco pidióle audiencia y le dijo:
- Señor, el esclavo cristiano está tan delgado que no tiene, manteca
ninguna. Si quieres curarte, tienes que alimentarlo bien, darle una buena
habitación y proporcionarle toda clase de distracciones.
La proposición pareció de perlas al sultán, que ordenó que se alojara al
príncipe Andana en la mejor habitación de su palacio, vecina a la de una
esclava circasiana, recién llegada, que era de peregrina hermosura.
Cuando el príncipe hubo tomado posesión de su nueva morada, el médico
fue a visitarle y le refirió lo que ocurría.
- Aunque paséis hambre - añadió - no comáis más que lo estrictamente
necesario. Yo me encargaré de preparar nuestra fuga.
Pero al poco entraron los criados negros llevando enormes bandejas
cargadas de faisanes trufados, gallinas en pepitoria, huevos hilados, frutas
en inmensa variedad, helados, licores... Y el príncipe, sin acordarse de la
recomendación del médico, se atracó de lo lindo.
Para reposar del pantagruélico banquete sacó una butaca al balcón y vio a
la circasiana.
Toda la tarde se la pasó hablando con su vecina y se enamoró de ella
enajenadamente.
Las comidas abundantísimas y las conversaciones con la circasiana se
repitieron durante algunas semanas, con lo que el príncipe engordó
extraordinariamente.
Un día entró el médico a visitarle y le dijo que había dado palabra al Gran
Turco de hacerle el ungüento al día siguiente, pero que no tuviese miedo,
pues aquella misma tarde, al anochecer, se fugarían en un barco que tenía
preparado.
El príncipe respondió que habían de llevarse también a la circasiana, pues
estaba dispuesto a casarse con ella, cosa a la que accedió el doctor.
Cuentos de hadas españoles Anónimo
31Despidióse el buen galeno, diciendo que pasaría la tarde con el sultán,
para que no sospechara nada, contándole el modo de confeccionar y
aplicar la milagrosa untura.
Llegó la tarde y cuando el sol empezó a ocultarse hacia Poniente, el médico
se dirigió apresuradamente al puerto, encontrándose con la desagradable
sorpresa de que el barco no era más que un puntito insignificante en el
horizonte.
El príncipe, tan pronto como había puesto los pies en el barco se había
olvidado de su amigo.
El médico empezó a dar gritos, llamando al príncipe y a la circasiana, pero
sólo consiguió enronquecer. El barco no tardó en desaparecer de su vista.
Ya estaba bien entrada la noche cuando un edecán entró en la suntuosa
alcoba del sultán, para dar a su señor la noticia de la fuga del médico, del
príncipe y de la esclava circasiana.
- ¡Maldito! - exclamó el feroz monarca. - ¿Cómo los has dejado escapar?
- Pero, señor, si yo no los he visto huir...
- ¿Cómo sabes, entonces, que se han escapado? - clamó el sultán.
- Porque un marinero los vio, y vino a traerme la noticia, pero yo estaba
acostado y mientras me vestía...
- ¡Oh, oh, oh! ¡Te costará la cabeza haberte acostado tan a destiempo!
¡Guardias! ¡Guardias!
El edecán, al verse en peligro, desenvainó su alfanje y de un solo tajo
rebanó la cabeza del tirano.
Cuando entraron los guardias vieron el cadáver del sultán y en vez de
abalanzarse sobre su asesino prorrumpieron en gritos de júbilo, saliendo
enseguida a dar la gratísima noticia al gran visir, que hizo salir por toda
Constantinopla la banda de trompetas, con un heraldo al frente, para
hacer pública la muerte del Gran Turco.
El pueblo, al enterarse de que la causa de la muerte de su tirano había
sido indirectamente el médico cristiano, formó una gran manifestación de
alegría, dando vivas al médico y al príncipe.
Un marinero llevó a palacio la noticia de que el barco en que se habían
fugado Andana y la circasiana había embarrancado cerca de la costa.
Inmediatamente dio el heraldo la noticia al pueblo, formándose otra
manifestación, con dos carros triunfales para recoger a los náufragos y
pasearlos por las calles y plazas de la ciudad.
Cuando llegaron al barco se enteraron de que el médico no había huido
con ellos, en vista de lo cual fueron a su casa y derribaron las puertas de
la habitación.
El pobre médico, oyendo el tumulto, se hincó de rodillas y encomendó su
alma a Dios, suplicándole que le concediera una muerte rápida y sin
sufrimientos. Cuál no sería su alegría cuando vio entrar al príncipe y a la
circasiana, seguidos de los más altos dignatarios de la corte, que daban
vivas y más vivas al médico y al príncipe.

En triunfal procesión fueron conducidos todos a palacio, donde el nuevo
gobierno les obsequió con un suculento banquete y luego les regaló un
barco cargado de oro.
Embarcaron acto seguido nuestros héroes, llegando al cabo de pocas
semanas al país del príncipe.
El rey Perico y la reina Mari-Castaña organizaron grandes fiestas para
presentar la nueva princesa a la corte y poco más tarde se casaron Andana
y la hermosa circasiana. Esta ayudó en lo sucesivo a su desmemoriado
esposo a recordar todo lo que olvidaba.
En cuanto al médico, recibió un magnífico empleo en palacio y todos
vivieron felices hasta que se murieron.
Y colorín colorado...
Hace mucho, mucho tiempo existió un reino el nombre del cual era muy singular por eso es muy fácil acordarse de él, se llamaba Bello corazón y como en todos los reinos habian unos reyes los cuales eran muy queridos por sus súbditos, tanto que nadie tenía ninguna queja de ellos pues eran humildes y sencillos para con su pueblo. Al poco tiempo de su matrimonio tuvieron una niña a la que llamaron Rosalinda, un nombre germánico que significa gloriosa por su dulzura. Estaban radiantes por el nacimiento de su niña pero aquel bebé que nació hermoso con cabellos rubios como el sol y ojos grandes y azules como el cielo por muy extraño que parezca se convirtió en el hazme reir de todo príncipe que iba a visitarla.

Aquella princesa de gran belleza sin saber por qué razón se transformó en algo horrible a los ojos de todo pretendiente. Su boca estaba torcida, sus ojos se veian pequeños y caídos, su nariz era grande y deformada pero aquella verruga que tenía en la mejilla aún la afeaba mucho más. Pero no todo en ella era fealdad pues poseía una voz muy hermosa, era tal la hermosura y dulzura de su voz que los príncipes al escucharla sentían una gran ternura y emoción.

Rosalinda solía cubrir su rostro para que antes pudieran escucharla pero cuando le pedian que se destapase para observar de dónde provenía aquella dulce voz se quedaban de piedra y se burlaban de la pobre princesa, cosa que le rompía el corazón.

Los padres de Rosalinda estaban muy apenados ante la infelicidad de su hija, la querían demasiado para verla tan llena de tristeza y melancolía, hacían todo cuanto podían para contemplar una pequeña sonrisa en aquella cara que por algún extraño misterio se había deformado. Pero un día llegaron de otro país unos reyes con su hijo el cual no podía ver, pues nació ciego, tan sólo iban de paso pero por cortesía tuvieron que hacer una visita a los padres de Rosalinda. Mientras se conocían entre ellos el príncipe cuyo nombre era Aldemar y significa insigne y noble esperaba en el jardín porque se sentía muy mal delante de gente desconocida. Cuando Aldemar estaba sumido en sus pensamientos, escuchando el leve trinar de los pájaros se percató de que alguien se sentaba a su lado, era Rosalinda que, a pesar de sus temores, curiosa por saber quien era aquel desconocido, se sentó timidamente a su lado y como siempre con el rostro cubierto por un velo. Aldemar algo receloso preguntó quién era, Rosalinda le respondió que era la princesa de aquel reino y también con algo de temor le preguntó si no había oído hablar de ella, ante tal pregunta Aldemar le respondió con sinceridad que no solía acudir a festejos y que tampoco se relacionaba con mucha gente, pues estaba seguro que ninguna princesa se fijaría en él. A Rosalinda aquello le extrañó, pues era un príncipe muy apuesto, pero en ese momento se percató de que la mírada de Aldemar se mantenía fija y no miraba a ningún sitio dándose cuenta de su ceguera, ante aquel descubrimiento se destapó el rostro y habló con él durante largo rato y mientras mas se hablaban mas se gustaban.
Aldemar quedó hechizado ante aquella voz tan dulce, jamás había escuchado una voz tan agradable y bella. En tan sólo unos momentos se hicieron grandes amigos, para Aldemar aquella princesa era la más hermosa, aún sin saber cómo era su rostro, pues él la encontró en su corazón. El príncipe pidió a sus padres pasar algo más de tiempo en aquel reino a lo que accedieron gustosos al ver a su hijo tan feliz. Así día a día entre Aldemar y Rosalinda creció algo muy bonito, en sus corazones rebosaba un gran amor pero ninguno tenía el valor suficiente para declararse su querer. Pero un día llegó a los oidos de Aldemar que Rosalinda era un ser horrible a lo que no daba crédito, pues para él era la mujer más bella y por mucho que le contaron no creyó a nadie. Rosalinda asustada porque lo descubriese le contó la verdad y le pidió que le tocase el rostro para demostrárselo, aunque aquello significase el rechazo de su amado.

Estaban sentados en la fuente del jardín donde se conocieron cuando Aldemar sin dilación empezó a tocar la cara de la princesa aunque él no necesitaba ninguna prueba de aquello porque para él ya era hermosa, pero ante la insistencia de Rosalinda empezó tocándole los ojos, los que por algún extraño motivo empezaron a adquirir bonita forma abriéndose como dos grandes estrellas y resaltando el azul de su color, entonces bajó hasta la nariz la que se transformaba por segundos en una nariz perfecta, rozó su boca y sus labios en un instante se volvieron bellos, carnosos y rojos y cuando tocó aquella horrible verruga desapareció.

Rosalinda notó que había ocurrido algo y sin pensarlo se miró en la fuente y contempló un rostro increíblemente hermoso y perfecto, llena de felicidad abrazó a su príncipe y le dijo cuanto le quería, el cual le pidió en matrimonio, después corrió hacia el castillo en busca de sus padres y estos al verla se quedaron sin palabras. No se explicaban el motivo de aquel nuevo cambio, se hacian miles de preguntas sin llegar a ninguna conclusión pero ante aquel feliz acontecimiento dejaron de pensar en cómo había sucedido aquel milagro y decidieron celebrar la boda de sus hijos a la cual fueron invitados todos los príncipes que se burlaron de Rosalinda y los cuales ahora sentían envidia de Aldemar. Pero en el festejo de la boda para sorpresa de todos una mujer salió de entre la multitud dando alaridos como una histérica, los invitados asustados por tal espectáculo se apartaron dejando a la mujer en un círculo rodeada por ellos, de pronto vieron cómo aquella mujer se transformaba en un ser horrible y furiosa gritaba que el culpable de su desgracia era Aldemar al enamorarse de Rosalinda. Aquella bruja cuando nació Rosalinda supo que sería la más hermosa de las mujeres y por envidia la hechizó para seguir siendo ella la más bella ante los ojos de todo hombre. Pero aquel hechizo se había invertido y ahora era ella la que se convirtió en una mujer de gran fealdad. Después de aquello nunca más se supo de aquella mujer y Aldemar y Rosalinda fueron felices gracias a que el príncipe miró a la princesa con los ojos del corazón... pero ¿y Aldemar nunca vería a su princesa?, eso ya es otra historia.


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