Cuando llegó el otoño, Luna hizo su pesado equipaje, lleno de libros, libretas, ropa de abrigo y botas y se marchó a su lugar habitual de vacaciones, un lugar que nadie más que ella conocía, perdido entre los bosques donde los osos vagaban perezosos y las ardillas saltaban de árbol en árbol. Luna, había heredado una cabaña de madera de su padre que para ella era el mejor de los tesoros. Desde hacía ya diez años, todas sus vacaciones habían sido allí, apartada de todo, con su imaginación, sus libros, sus mágicos paseos por el campo que, para ella, era cuando estaba más hermoso, sintiendo las hojas crujiendo bajo sus botas y mojándose con las leves lluvias que dejaban los prados de color verde esmeralda. Luna siempre decía que prefería viajar con su imaginación, dibujando en su mente todo lo que la gente que había conocido le contaba de su lugar de origen o construyendo las escenas de sus novelas favoritas, no hay nada para ella que pueda superar lo que crea en sus ensoñaciones cuando el retiro y la soledad pueblan su cabeza de mil historias diferentes que traslada a sus hojas de papel.
martes, 1 de noviembre de 2016
LUNA
El otoño se acercaba, pronto, las hojas de los árboles formarían preciosas alfombras doradas y cobrizas en los suelos campestres, y Luna, esperaba sus merecidas y ansiadas VACACIONES. No le gustaba marcharse en verano, cuando todo el mundo parecía huir y la pequeña ciudad en que vivía sustituía sus habituales habitantes POR los veraneantes de otros lugares arrastrando sus maletas. Luna disfrutaba con eso, viajaba sin salir de allí, tomaba su libro bajo el brazo y se hacía la encontradiza con esos rostros nuevos, a veces, conocía personas que amaban la lectura igual que ella y conversaban con gestos o palabras, dependiendo del caso. En ocasiones, había hecho amistades que había continuado por carta o, en los últimos años, más bien por mail. Así que Luna, viajaba en verano conociendo otras personas y a través de sus palabras iba a este u otro lugar, cerraba los ojos y se dejaba ir, imaginado COMO SERÍA la ciudad o pueblo de donde venían. También viajaba a través de sus libros, y con ellos se sentaba en parques y cafeterías esperando con ellos en la mano que acudiera alguna aventura hasta ella. Los libros siempre atraen a gente interesante. Luna era una persona solitaria, no había muchas personas cercanas a ella, personas que siempre estuvieran a su lado, pero en cambio, tampoco había muchas personas que entablaran conversación y amistad tan fácilmente. Así pues era solitaria, pero siempre encontraba con quien mantener una animada charla mientras se tomaba un café, o daba un relajado paseo.
Cuando llegó el otoño, Luna hizo su pesado equipaje, lleno de libros, libretas, ropa de abrigo y botas y se marchó a su lugar habitual de vacaciones, un lugar que nadie más que ella conocía, perdido entre los bosques donde los osos vagaban perezosos y las ardillas saltaban de árbol en árbol. Luna, había heredado una cabaña de madera de su padre que para ella era el mejor de los tesoros. Desde hacía ya diez años, todas sus vacaciones habían sido allí, apartada de todo, con su imaginación, sus libros, sus mágicos paseos por el campo que, para ella, era cuando estaba más hermoso, sintiendo las hojas crujiendo bajo sus botas y mojándose con las leves lluvias que dejaban los prados de color verde esmeralda. Luna siempre decía que prefería viajar con su imaginación, dibujando en su mente todo lo que la gente que había conocido le contaba de su lugar de origen o construyendo las escenas de sus novelas favoritas, no hay nada para ella que pueda superar lo que crea en sus ensoñaciones cuando el retiro y la soledad pueblan su cabeza de mil historias diferentes que traslada a sus hojas de papel.
Cuando llegó el otoño, Luna hizo su pesado equipaje, lleno de libros, libretas, ropa de abrigo y botas y se marchó a su lugar habitual de vacaciones, un lugar que nadie más que ella conocía, perdido entre los bosques donde los osos vagaban perezosos y las ardillas saltaban de árbol en árbol. Luna, había heredado una cabaña de madera de su padre que para ella era el mejor de los tesoros. Desde hacía ya diez años, todas sus vacaciones habían sido allí, apartada de todo, con su imaginación, sus libros, sus mágicos paseos por el campo que, para ella, era cuando estaba más hermoso, sintiendo las hojas crujiendo bajo sus botas y mojándose con las leves lluvias que dejaban los prados de color verde esmeralda. Luna siempre decía que prefería viajar con su imaginación, dibujando en su mente todo lo que la gente que había conocido le contaba de su lugar de origen o construyendo las escenas de sus novelas favoritas, no hay nada para ella que pueda superar lo que crea en sus ensoñaciones cuando el retiro y la soledad pueblan su cabeza de mil historias diferentes que traslada a sus hojas de papel.
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