Me precipito, suplicante, hacia un silencio eterno.
Se dilatan mis abismos, vivo troquelando los inviernos.
Entre sollozos me busco, me rodeo,
me pertenecen guadañas y cadalsos.
Soy el árbol quemado, la estrella
que yace frente a un muro de hielo.
Entre quimeras y sueños abordable me motivo,
deshabito mi espíritu profundo;
y en medio de este holocausto mío,
bendiciones y ruegos caen en mi alma,
como un breve destino, como un breve destino.
Quiera Dios que después de esta vida,
se acicalen mis días de arena,
mis gritos de furia,
mi señal perdida en el tiempo,
y perdure para siempre en otros reinos,
el tierno y desolador misterio de mi vida.
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