DE SOLEDADES Y ANHELOS
Me puede el deseo, la lujuria, la tentación. Me gana la batalla la terrible necesidad de sentirme alguien entre otros brazos. No pido mucho, la verdad... O eso creo al menos.
Sólo quiero sentir el calor de un beso. Sólo anhelo que me sacudan decenas de pequeñas descargas eléctricas ante una caricia... Ni más, ni menos. Eso es todo.
Quiero unas manos que, cuando me recorran, sean capaces de arrancarme suspiros de placer, que me enseñen a disfrutar y me demuestren que, por mí misma, yo también soy capaz aún de despertar el deseo en un hombre.
...¿Acaso pido demasiado? .Sólo has de mirarme a los ojos y responderme sinceramente: ¿acaso piensas que de verdad pido demasiado? Porque yo no lo creo...
A veces, sólo a veces, no digo que siempre, tengo la extraña sensación de que soy como una niña asustada, encerrada en un cuerpo de mujer; pero, como toda persona, tengo necesidades... y ciertas carencias.
Sin embargo, de todos los millones de personas que pueblan (que poblamos) este planeta, es a ti a quien he elegido. Podría haber escogido a cualquier otro, pero no... Tú has sido el seleccionado. Ni uno, ni otro: simplemente TÚ.
Sólo quiero vibrar, sentir, emocionarme, gozar hasta caer exhausta entre las sábanas. Sólo quiero lograr estremecerme entre otros dedos que no sean los míos, sino los tuyos.
Lo cierto es que estoy cansada: de mi rutina, de mi vida en sí, de mi existencia mundana, sórdidamente aburrida... y, por supuesto, de mi búsqueda en solitario del disfrute carnal.
Supongo que recurrir al término cansada es, de algún modo, quedarse corta. Igual que supongo también que no es casualidad que casada y cansada difieran por escrito en una única letra solamente.
La N... De nada. De nadie. De no. De negar. De negarme a mí misma... Y, también, de Necesidad. Necesito sentirme viva, deseada... Necesito sentir, todavía hoy, que soy capaz de levantar miradas a mi paso y saberme atractiva.
Podría haber elegido a cualquiera. Podría haber chasqueado los dedos y tener a mis pies a cualquier chico, joven u hombre, pero no era suficiente. No para mí, porque yo te quiero a ti. Te necesito, a ti y sólo a ti. Aquí y ahora. Ni más, ni menos.
Tal vez así, mis días sean menos grises y tengan otra luz. Tal vez así, en vez de fingir una media sonrisa, me ría a carcajadas. Tal vez así, mis pupilas se dilaten. Tal vez así, sólo tal vez, deje de comportarme como una niña caprichosa y egoísta.
...Pero es que te odio. O eso digo. Quiero odiarte, pero creo que ni siquiera puedo hacerlo. Quizá lo que odie sea esta terrible sensación de necesidad permanente, de deseo frustrado, de anhelo eterno, y no poder saciarla con nada.
Podría haber sido la musa de pintores, escritores y poetas. Podría haber sido princesa, sultana, reina o primera dama. Podría haber sido prostituta de lujo, actriz de reparto o cantante de vodevil...
Podría haber compartido mi cama y mi corazón con cualquiera... Pero no quise. Más allá de la lógica, del deber, de la ambición; más allá de cualquier planteamiento lógico, existe un término terrorífico: la necesidad.
Odio la dependencia que ejerces sobre mí, tan poderosa, como devastadora, a partes iguales. No es sólo que te necesite, no es sólo un anhelo que aplaque mi helador sentimiento de soledad; es lo vulnerable que me hace (o me puede hacer) sentir.
No quiero necesitarte porque no puedo tenerte, y no puedo tenerte porque tengo miedo a ese propio anhelo, a esa soledad, al abandono... y a sentirme frágil, pequeña y quebradiza, como una figurita de cristal entre los dedos de un ogro.
Prisionera, de mí misma en particular y del resto del mundo en general. Prisionera, de mis miedos y de mis anhelos. Prisionera, de los fantasmas que revolotean a sus anchas por mi cabeza y de los prejuicios de la gente.
Prisionera, de la báscula y del espejo. Prisionera, de los estereotipos de esta sociedad sin sentido y de un corazón herido. Prisionera, del amor y del desamor. Prisionera, de los que creía que eran mis amigos y de la desilusión que después dejaron.
Prisionera y condenada, con el corazón hecho añicos y con las esperanzas marchitas. Yo, que soy yo misma y debería ser mi propia amiga, no soy sino mi acérrima enemiga. Yo, que soy la víctima, al mismo tiempo soy mi juez implacable y mi inquisidor verdugo.
Soy siempre yo misma, y a la par soy distinta del resto de las criaturas. Soy la que ven a veces los demás y otras veces prefiere pasar desapercibida entre la multitud. Yo soy yo y mis circunstancias, de día y de noche, fruto de la unión entre mi madre y mi padre.
Yo soy hija, hermana, nieta, sobrina, prima, amiga, novia, confidente, compañera... Soy yo misma entre mis múltiples variantes y en diferentes momentos y aspectos de la vida.
No soy ni mejor, ni peor; simplemente yo. Sólo soy una persona como cualquier otra. Con mis defectos, sí, pero también con mis virtudes. A veces carcelera y otras, en cambio, prisionera.
Río, lloro, canto, bailo, escucho, hablo, callo, escribo, percibo, siento, imagino, creo, opino, amo, quiero, anhelo, deseo, sueño, intuyo, respiro... pero, ante todo y por encima de todas las cosas: ¡vivo!
Para bien y para mal, soy yo, de carne y hueso; y al fin y al cabo estoy viva, alegre de poder contarlo, y así lo manifiesto, aunque en ocasiones deba ser mi propia castigadora y otras, en cambio, la castigada, como las dos caras de una misma moneda.
Prisionera, de la báscula y del espejo. Prisionera, de los estereotipos de esta sociedad sin sentido y de un corazón herido. Prisionera, del amor y del desamor. Prisionera, de los que creía que eran mis amigos y de la desilusión que después dejaron.
Prisionera y condenada, con el corazón hecho añicos y con las esperanzas marchitas. Yo, que soy yo misma y debería ser mi propia amiga, no soy sino mi acérrima enemiga. Yo, que soy la víctima, al mismo tiempo soy mi juez implacable y mi inquisidor verdugo.
Soy siempre yo misma, y a la par soy distinta del resto de las criaturas. Soy la que ven a veces los demás y otras veces prefiere pasar desapercibida entre la multitud. Yo soy yo y mis circunstancias, de día y de noche, fruto de la unión entre mi madre y mi padre.
Yo soy hija, hermana, nieta, sobrina, prima, amiga, novia, confidente, compañera... Soy yo misma entre mis múltiples variantes y en diferentes momentos y aspectos de la vida.
No soy ni mejor, ni peor; simplemente yo. Sólo soy una persona como cualquier otra. Con mis defectos, sí, pero también con mis virtudes. A veces carcelera y otras, en cambio, prisionera.
Río, lloro, canto, bailo, escucho, hablo, callo, escribo, percibo, siento, imagino, creo, opino, amo, quiero, anhelo, deseo, sueño, intuyo, respiro... pero, ante todo y por encima de todas las cosas: ¡vivo!
Para bien y para mal, soy yo, de carne y hueso; y al fin y al cabo estoy viva, alegre de poder contarlo, y así lo manifiesto, aunque en ocasiones deba ser mi propia castigadora y otras, en cambio, la castigada, como las dos caras de una misma moneda.
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