Cuenta la mitología celta que, cerca ya de donde una cruenta batalla estaba teniendo lugar, un grupo de guerreros se
detuvieron paralizados por la aparición de una figura de mujer muy delgada que los miraba fijamente llena de ira. Con el
cabello gris revuelto, el gesto apretado y los pies llenos de sangre, el fantasma se encontraba subido sobre un montón de
cuerpos inertes, cuerpos desfigurados de guerreros en los que ya no quedaba ni una gota de vida.
Entonces, y sin mediar palabra, la mujer profirió tales escalofriantes carcajadas que todos aquellos hombres se
consumieron de pánico sin poder evitarlo. Poco a poco, la visión fue señalándolos uno a uno hasta elegirlos a todos…
Uno de los guerrero, en un acto de valor sobrehumano, consiguió articular palabra y le preguntó, en una voz casi
inaudible, quién era. “Mi nombre es Mórrigan“- contestó- “soy la diosa de la guerra. A veces como mujer, otras como
cuervo, otras como corneja, recorro los ríos de esta tierra limpiando el mal que los hombres dejan a su paso”…
“¿Has matado tu a esos hombres que yacen bajo tus pies?”- volvió a preguntar el guerrero tras un angustioso silencio.
“No, no he llegado a tocarlos”- contestó la reina fantasma-”Míralos bien de nuevo. ¿No los reconoces?. Son los que se
encuentran tras de ti y así es como estarán esta misma noche. Yo sólo me acerco para limpiar la sangre que mana de sus
cuerpos”.
El guerrero fijó entonces su mirada de nuevo en el montón de cuerpos que yacían ante él y reconoció a algunos de sus
compañeros. Pero lo que sintió entonces no fue nada comparado con el horror sin límites que se apoderó de él cuando,
entre las manos de la diosa, reconoció su propio rostro en una cabeza cruelmente decapitado.
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