R.... se levantó sobresaltada. Una espesa capa de sudor empapaba su rostro pálido, y el cabello revuelto caía sobre sus ojos y su espalda. De nuevo, aquella pesadilla volvía a repetirse, como cada noche.
No en vano, ya había acudido a varios centros, pasando por muchos y muy diversos médicos. Algunos, le habían hecho terapia e, incluso, recetado alguna que otra pastilla para poder dormir, pero el resultado seguía siendo el mismo...
No lograba tranquilizarse. Ella sólo quería dormir, descansar, dejar de sufrir por las noches, que las pesadillas no se apoderasen más de su cuerpo y de su mente... Sólo quería ser feliz, pero mientras ese tipo de sueños la persiguieran, no lo conseguiría jamás... Sin embargo, era inevitable: éstos volvían una y otra vez a ella...
Ataviada con una camiseta de manga corta blanca y unas braguitas del mismo color (a modo de pijama), se dirigió a la cocina de su apartamento de soltera. Si bien no era demasiado grande, aquél era su sitio, el espacio en el que pasaba buena parte del día.
No le gustaba demasiado la compañía; al menos, la de algunas personas, claro está... Bastante tenía con llevar su particular cruz a cuestas... Por lo menos, allí se sentía más a salvo que en la calle, lejos de miradas indiscretas y comentarios chismosos.
Una vez allí, abrió la puerta de la nevera, repleta de imanes, fotografías y souvenirs varios. Suspiró. Cogió la botella de agua de litro y medio. Notó cómo el líquido incoloro fue haciéndose paso en su garganta. Bebía con nerviosismo; incluso, casi podría decirse que con cierta ansiedad...
Los recuerdos ahondaban en su corazón, transcurrían veloces en su mente, como imágenes de una película... Sus recuerdos, así como sus pesadillas, la perseguían, asediándola, haciéndola sentirse como en una espiral sin salida...
Le costaba excesivamente conciliar el sueño, y cuando al fin caía rendida, cuando al fin lograba cerrar los ojos... las pesadillas se avalanzaban sobre ella como posesas... No le daban ni un segundo de paz, ningún tipo de tregua, sumiéndola en un permanente estado de alerta.
Entonces las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, empapando sus mejillas y mezclándose amargamente con la comisura de sus labios, que seguían aferrándose a la botella... Hasta que al fin consiguió mitigar sus sollozos. Consiguió llorar y sacar afuera su dolor, o, al menos, una pequeña parte.
Las ganas de llorar le habían vencido esa batalla. Al fin consiguió llorar y sacar afuera su dolor... O, al menos, una pequeña parte. Lo necesitaba... Necesitaba exteriorizar un poco su duelo, un duelo que aún no había asimilado del todo.
No obstante, su efímera y fugaz felicidad, en la medida de lo posible, duró poco... Un sonido la sacó de su ensimismamiento. Una mueca de terror se dibujó en su rostro. En aquel momento, un sonido tan familiar como el de una llave intentando introducirse en su cerradura, era una fatalidad.
Ese sonido ya no era tal, era un ruido que la estaba poniendo nerviosa, desquiciándola, haciéndola recordar, revivir aquello que se negaba a sí misma. El miedo la atenazó.
De nuevo las pesadillas volvieron a ella. Rememoró aquellos recuerdos que no la dejaban vivir, ni de noche, ni de día. Agazapados, los recuerdos la acechaban, para asediarla.
Ahora, alguien intentaba entrar en su hogar. Se trataba de su vida, de su casa... Y alguien intentaba penetrar en su morada. Ese sonido ya no era tal, ahora era un ruido que la estaba poniendo nerviosa, repiqueteando en sus oídos, enervándola hasta límites insospechados.
¿Quién más sino ella, y si acaso también sus padres, podía tener una copia de las llaves de su domicilio? Nadie. Ahora ya no... En su memoria divagaba el recuerdo de un antiguo amor, del hombre al que más había querido, del único al que había amado...y que había desaparecido de su lado sin dejar ni rastro.
Otra vez oyó cómo la pequeña pieza de latón trataba de abrirse paso a través del estrecho hueco de la cerradura. Otra vez una serie de agónicos recuerdos se agolpaban en su mente, mientras el ruido se iba haciendo cada vez más y más persistente y el temor fue creciendo en su interior de nuevo.
Con su corazón latiendo apresuradamente, tomó un cuchillo de la cocina y se dirigió a la puerta, no sin antes estirar un poco más su camiseta, tratando de cubrir un poco más su púbica intimidad; pero antes de que pudiera siquiera preguntar quién estaba ahí... todo se volvió negro. Se hizo de repente la más absoluta oscuridad.
... De pronto abrió los ojos, despacio, muy despacio. Otra vez los nervios. Otra vez la maldita ansiedad la había paralizado por completo.
Ni sus piernas, ni sus brazos, ni su mente respondieron a sus estímulos cerebrales. Su sistema nervioso se bloqueó y la hizo desmayarse, perdiendo el conocimiento.
Al abrir los ojos nuevamente, le pareció vislumbrar junto a ella una silueta masculina. El miedo se dibujó en su rostro, e intentó zafarse de unas manos que trataban de calmarla.
El dueño de aquellas manos lo era también de unas pupilas verdes que la observaban con detenimiento. Ella poco a poco parecía volver en sí y se topó con su mirada.
-¿Quién eres? -atinó a preguntar.
-¿Ya te has olvidado de mí?
Esa voz... le resultaba extrañamente familiar. Creyó por un momento estar loca de remate o que todo era una cruel broma del Destino. Esa voz tan familiar le causaba un intenso e inmenso dolor... No podía ser cierto. Se resistía a creerlo.
-luis?
-He venido a rescatarte, princesa.
Los ojos de Ra... se empañaron de lágrimas. Cayeron una detrás de otra... Y así fue como se despertó, sobresaltada, de su cama... al filo de la medianoche, en medio de espasmos, lágrimas... y un ataque de pánico.
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