Hécate... Mi nuevo nombre resuena todavía en mis oídos. Es el nombre que tú me has otorgado. De ahora en adelante, me deberé a ti, única y exclusivamente. Responderé ante ti, orgullosa más que nunca de ser quien soy, pues así lo has dictaminado.
Tú has elegido el nombre que me identificará a partir de ahora, como tú eres también el que me escogió a mí. Tú me miraste a los ojos y me seleccionaste. Ni siquiera dudaste o te tembló el pulso. No. Ninguna de las dos cosas. Yo seré tuya. Así fue. Así es. Así será.
Yo soy Hécate. A la que así has bautizado. Por y para ti. Bajo el fuego intenso de tu mirar. En el calor de tus brazos. Siempre soy yo. Siempre soy y seré tuya. Tu Hécate.
Yo soy Hécate. La criatura que emerge de noche. Que duerme de día. Fingiendo una naturaleza de débil e impía.
Yo soy Hécate. La doncella ansiosa. Ardiente y fogosa. Tu amante enfebrecida cada noche. La portadora de una máscara que la sociedad no conoce.
Yo soy Hécate. Como la diosa pagana. La escogida. Arcilla moldeable entre tus dedos, como lo fue Galatea para el rey Pigmalión.
Yo soy Hécate. La hechicera. Tu musa nocturna. De mirada lánguida, entre las sombras perdida. De ojos claros. De brazos de mármol. De venas azuladas.
Yo soy Hécate. La única. La verdadera. El alma nocturna que cobra vida propia, para satisfacer tus oscuros deseos, para darles forma entre oscuros recovecos.
Yo soy Hécate. La cazadora que espera, en silencio, a su presa, oculta entre la maleza. La prisionera cazada. Preparada por y para ti. Para saltar al acecho. Para calmar tu apetito voraz. Para saciar tus anhelos.
Yo soy Hécate. Al mismo tiempo Mortal y Diosa. El pecado hecho carne. El morbo hecho mujer. Ante tus ojos, que me miran con lujuria retenida y ansia mal disimulada y manos trémulas.
Yo soy Hécate. La mujer prohibida. El ansia dormida. El objeto viviente de todas y cada una de tus fantasías, ocultas ante los demás, fruto de esta hipocresía, que impera en la sociedad.
Yo soy Hécate. La que pinta sus labios de rojo, en espera de tus besos de deseo prohibido. La que anhela tus caricias. Cuyo cuerpo es como mármol, esculpido por el cincel de tus dedos.
Yo soy Hécate. La que ansía tu visita cada noche dormida. La que espera tus palabras. La que siente fortuna, y la que siente desdicha de sentirte cerca y lejos. Como pasión no permitida. Como fruta del jardín, prohibida y ardiente.
Yo soy Hécate. La que ríe. La que llora. La que gime. La que implora. La que miente e inventa mil excusas cada noche, cuando todos los demás duermen, ocultando su rostro y el cuerpo del pecado, para acudir a tu encuentro.
Yo soy Hécate. La que siente, tristeza y contento, dicha y quebranto al mismo tiempo. La que sufre y padece. La que de amor enardece. La que se entrega a la locura a pesar de que puede ser juzgada y condenada ante los ojos de los demás.
Yo soy Hécate. La amante furtiva. La carne dormida. Tu deseo prohibido. Cincelada por tus caprichos. Una odalisca en mitad del desierto. Un oasis para el viajero sediento. Un capricho ante tus ojos que me turban y mi alma perturban.
Yo soy Hécate. Una doncella. Una princesa. Una hechicera. Una manceba. Un cerebro y un corazón. Un sin sentido y una razón. Un sueño hecho realidad. Un personaje creado a partir de tu imaginación. Un juguete entre tus dedos.
Yo soy Hécate. El vivo espíritu de la contradicción. Bullicioso silencio. Jardín en el desierto. Mil anhelos. Una ilusión. Una creación moldeada por tus dedos, a partir de tus fantasías. No soy más que una aleación de sueño y realidad.
Yo soy Hécate. De noche o de día. Desnuda o vestida. Soy siempre ella. Por encima de todo, soy y seré siempre a la que tú llamaste Hécate. Siempre tuya. Tu Hécate. Por siempre jamás. De nadie más. Siempre tu Hécate.
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