jueves, 13 de julio de 2017
Quedé a oscuras, me di cuenta cuando me hablabas al oído,
cerraste la puerta y se extravió la orfandad de nuestros cuerpos,
pero aún te pertenecía como atado a un poste de luz
por un cable que sobresale de su delgadez por su estrecho nudo;
me miraste de pronto, y abiertos los ojos, no te veía, el alma
me alcanzaba apenas para sonreírte en este pequeño holocausto
que tú y yo hicimos grande tras la desventura de unos cuántos
papeles por firmar y un poco de tinta desvencijada.
Corriste a la calle un día antes de la despedida,
llorabas, me decían los vecinos, tenías sed y la soledad moría
junto a un instantáneo parpadeo. En tu rostro moraban las espinas
y las perlas convertidas en hierro quejumbroso y sediento.
No pude desvelarte la agonía, el desgaste, la desesperanza,
la cosecha no tuvo buena siembra para el regocijo de los frutos.
Aún así te amé de medio lado, como avisándote que me moría,
que me dolías como sepulcro vacío, lacerabas mi corazón
con tus silencios instintivos, palidecían mis desvelos;
la flor que rezaba junto a mi ya no era música gregaria,
tenía sus raíces, jugaba a ser murmullo, pero se volvió negra
y hedionda como la voz imperturbable de la duda.
¿Crees que no me haces falta? El orgullo se ha distorsionado
hasta volverse un festín de diabólicos agudos; la pasión se ha diluido
en una gota sucia de sal, vuelven a devorarme los miedos que cogí
del amoroso afán de las ventanas entreabiertas de ese cuarto
pequeñísimo donde dimos luz y asfalto a los afectos;
procreamos la indiferencia más extrema, sabíamos que el amor
no era más que un eterno adiós para encontrarnos fuera
de este mundo, y aún así no hablábamos, carecíamos de nombre,
cercioramos que los dos eramos apenas un quejido en este desierto
volátil, donde cogíamos las alas para aterrizar más abajo
de nuestros propios augurios.
Se me sale el alma, y no amanezco. Me parece haberte visto
sin sombras, sin prisa, olvidada y tardía, parece que un minuto
fuera el giro de la tierra, que en un segundo no le importas a nadie,
que la mitad de esta sin razón humana fuera costra de lamentos,
una lengua indecisa, un voraz incendio, donde callar es lo más próximo
a vivir en plena apología.
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