jueves, 13 de julio de 2017
Debo hacer cuentas de mí mismo,
atravesar el charco, el des-prolijo adiós que la sonrisa
me echó en cara, detenerme a seducir a la tristeza
para que me vista originariamente con sus más pulcros racimos.
Estoy anocheciendo con la guadaña metida en la carne,
con esa guadaña que cercenó el cristal de los sentimientos
puros de inocentes criaturas en tantas barbaries, estoy arrodillándome
en la calle menos transitada, para así buscar el desaliento
o la ingrata configuración de la nostalgia.
Debo ir solo a buscar mi estropeado corazón rojo,
reconocer que fui hecho junto a la carroña de los cuervos,
lanzar un grito, despedir un afán, oscurecer mis abismos desdentados,
perderme en la fiereza de los más tardíos advenimientos.
Sé que soy presa de un hechizo o una cruz amarillenta,
que la vida me sació con inútiles despojos,
esto que me abre y me cierra es una aguja purulenta
o una sobredosis de la vida moderna que golpea.
Dios no quiera que ande por ahí la otra mitad de mis andares,
pues caigo en la cuenta de que ya he perdido casi todo:
mis sandalias no cubren ya mis antagónicos dedos,
y sufro por el mismo pantalón de cada tarde.
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